miércoles, 6 de febrero de 2008

MICROENSAYO: TELEVISIÓN

TELEVISIÓN I

LA TELEVISIÓN EN BUSCA DE LA ÉTICA (I)
(Por JOSÉ MANUEL CASTRO CAVERO. Publicado en el Canarias7 el domingo 13 de abril de 1997)

Un cuchillo en las manos no es exclusivamente un signo de violencia; también nos sirve para preparar la comida. Esto mismo, que es aplicable a cualquier invento humano, se puede extrapolar a la televisión. Ella sola es capaz de suscitar furiosas críticas o elogios enfervorizados. ¿Habrá entre nosotros, siquiera, una casa sin televisor?.¿A causa de qué, entonces, la polémica?.

Está claro que todo depende del uso que le damos a las cosas, sean objetos o ideas. Ya nos es de sobra conocido, por reiteración histórica y experiencia humana, que las intenciones son decisivas al tiempo de determinar la cualidad moral de las acciones humanas. Si con la ética se trata de separar lo bueno de lo malo, o en el orden estético lo artístico de la vulgaridad, o en el mundo de las ideas la verdad de la mentira, lo que a primera vista parece sencillo, termina por enredarse de tal manera que al día se le llama noche, y de lo evidente y manifiesto se dice que es relativo y circunstancial.

La sabiduría popular ha sabido compendiar este problema gráficamente y de manera sencilla. El ojo depende del cristal que siempre utilizamos para mirar el mundo. Este cristal desfigurante jamás desaparece de nuestra vista, porque lo llevamos instalado en nuestra manera de entendernos y explicar la realidad. Los prejuicios, la experiencia, la educación, la cultura, la tradición, hasta la nacionalidad, las hormonas y el clima, son los típicos demonios que no dejan de condicionarnos. Quien se juzgue absolutamente objetivo, impoluto, aséptico como un quirófano, no puede dar más que lástima por su pretenciosa perfección, su repugnante intolerancia: ¡carecería de humanidad y andaría sobrado de inteligencia mecánica!. La objetividad es un arte, una estrategia tejida con fibras de la pasión. No cabe otro modo de actuar sobre ella que no sea pulirla como el cristal de una lente, con las herramientas más a mano, la cultura y la educación. La objetividad es un valor humano, y como tal se consigue, aunque se puede perder de inmediato.

Leo, oigo y, además, compruebo, que la televisión se ha degradado, sin importar que sea de titularidad pública o privada. Para el 90 % de los españoles, según datos recientes del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), las televisiones emiten demasiada violencia. Este problema ha pasado a ser preocupante en todos los países de nuestro entorno. De él se han ocupado comisiones parlamentarias, se han elaborado códigos éticos, se han constituido consejos para la defensa del espectador, se han pronunciado renombrados intelectuales y líderes religiosos. Hasta ha asumido su parte de culpa el que fuera propietario de la CNN, Ted TURNER, al reconocer, en una conferencia pronunciada en Harvard el seis de junio del año pasado, que la televisión "tiene un efecto negativo en la sociedad", transforma a las personas "de activos participantes en observadores pasivos", y que "cuanta más televisión se ve al día, menos cosas se obtienen en esta vida".

A mí estos asuntos me desconciertan. Es como jugar en una mesa de billar inclinada, o ver la hora en los relojes surrealistas de Dalí. Se trata de cuestiones peliagudas, porque no sé si el mal (la sinrazón) está en el medio, o en el mensaje, en los propietarios, en los profesionales, o en los adictos que nos sentamos a tumba abierta delante del aparato. Tantos frentes abiertos a un mismo tiempo no propicia un ánalisis sereno, ni sacar conclusiones acertadas.

Parece existir un consenso tácito, en el que se incluyen los profesionales del medio y los millones de telespectadores, sobre el estado de podredumbre al que se ha llegado. Se da una sospechosa coincidencia, al señalar la retransmisión palpable de la violencia como la causa principal de los peligros audiovisuales. Por mi parte, me niego a seguirle el juego a este tipo de juicios, porque desembocan en unas conclusiones perversas; no hacen sino descargar toda la responsabilidad en los índices de audiencia. Por contra, los amos de la retransmisión, los reyes de las ondas, se esconden tras el árbol de la libertad para actuar a sus anchas.

Es fácil aceptar, que los millones de telespectadores constituimos el ingrediente básico y apetecible. Los índices de audiencia, tan celosamente medidos, atraen la demanda de publicidad, o lo que es lo mismo, el dinero para sostener la empresa. Situados en esta encrucijada podemos hacernos varias preguntas, ¿cuál es la mejor estrategia para mantener o aumentar las cuotas de audiencia?, ¿a qué diablo es preciso venderle el sentido común, para justificar cualquier basura televisada?, ¿qué le pone límites a los propietarios y profesionales de la televisión a la hora de tratar cualquier asunto?, ¿puede ser tomado como criterio decisivo el gusto de los telespectadores para elaborar la programación?, ¿la dimensión formativa y cultural de los medios de comunicación tiene alguna importancia?...

No es un descubrimiento nuevo que la ética y los negocios no forman una pareja suficientemente estable. También en los despachos y en los estudios de televisión, a la ética, le han dado acta de repudio. Para lo que nos ocupa, no veo otra salida que reivindicar tal unión inseparable. A juicio de la pensadora Adela Cortina, si la ética y los negocios van juntos, aumenta la rentabilidad. De esto yo estoy convencido, pero, ¿cómo hacérselo escuchar a quienes están detrás de esa pantalla a la que presto atención todos los días?.


TELEVISIÓN II


LA TELEVISIÓN EN BUSCA DE LA ÉTICA (II)

(Por JOSÉ MANUEL CASTRO CAVERO. Publicado en Canarias7 el domingo 20 de abril de 1997)

A la televisión le echamos más culpas de las que en realidad puede dar de sí. Y en esto podemos errar los dardos de la crítica, porque cada vez es más complicado establecer qué es el medio, qué es el mensaje y quién está detrás como mantenedor de todo el entramado.

Los datos más bien me desconciertan. Una inmensa mayoría se muestra crítica con la televisión, si bien sería más preciso decir que con algunos contenidos de sus emisiones, mientras que únicamente un 3.2 % asegura no verla nunca. En un sondeo realizado en 1995 a más de noventa mil personas, se pedía opinión sobre treinta y siete instituciones españolas. El resultado situaba a la televisión en el medio de la tabla, por encima de la Administración de Justicia, la Sanidad, el Gobierno Municipal y el Autonómico, las Cortes (Congreso y Senado), los sindicatos, los partidos políticos... ¿Tendremos que concluir, entonces, que somos unos insensatos?. ¿Cómo es que a pesar de todo seguimos consumiendo basura televisiva, y que, cuanta más bazofia nos echen, más engordan los índices de audiencia?. De ser así tendremos que revisarnos, no siendo que se nos haya corrido la carga de la inteligencia hacia el dedo índice y las nalgas; a causa de los temporales de aburrimiento cotidiano.

A estas alturas de la civilización nadie dudará ya de que éste medio que nos ocupa, encierra unos encantos muy golosos. Algo parecido a voces de sirena, difíciles de desoir, porque justifican la acción manipuladora como un bien. Se sabe de sobra, que la legitimidad del ejercicio del poder va más allá del cumplimiento de las legalidades. Por esta razón, creo que el respeto que tienen y cumplen los poderes públicos para con los medios de información, es un elemento importante a la hora de evaluar su entraña democrática.

Una clave interesante, de cara a descubrir el entramado del poder televisivo en España, por encima de las guerras de audiencias y otros pareceres, lo estamos conociendo de unos meses a esta parte. Se trata de un enfrentamiento en toda regla. De un lado el Gobierno, del otro, un grupo empresarial conocido por su gran poder mediático. Unos y otros se han enseñado los dientes, por lo mucho que pueden ganar o perder. Si a los gobiernos les cuesta abandonar determinadas áreas de control, y en el camino se encuentran con algún tipo de empresas que confunden su influencia con los negocios y las prebendas, entonces, concurren motivos para enzarzarse en una pelea de consecuencias sociales alarmantes.


En resumen, si tan importantes son los beneficios sociales, políticos y económicos emanados de la televisión, cabe afirmar, que los millones de espectadores estamos desprotegidos; solamente interesamos en cuanto devoradores de carnaza, de morbo y de anormalidad.

El panorama es preocupante. La televisión del futuro, en lo que soy capaz de imaginar, no va a ser un modelo de aplicación ética. En mi contra se ponen quienes con más poder y medios que yo, la desean como arma de poder y de negocio. Quizá me equivoque, pero tal como están las cosas, la televisión que nos aguarda está reñida con la cultura y con la promoción de la justicia. Se trata de una relación imposible de establecer, algo similar a una contradicción, por mucho que nos empeñemos en reclamar unos mínimos de dignidad televisiva.

¿Qué podemos hacer y qué nos cabe esperar? De ninguna manera pensaré como mi abuela, que sólo miraba confiadamente al televisor si aparecía el Papa; o como aquel campesino octogenario, empeñado en llamarnos ingenuos y tontos a su nieto y a mí, estudiantes universitarios, porque no nos dábamos cuenta de que el viaje a la Luna fue un montaje; o como aquel minero jubilado, que a sus nietos no les permitía encender el televisor si antes no se adecentaban, y él saludaba a cada personaje que aparecía en la pantalla como si se encontrara allí mismo.

La credibilidad de la televisión está al alcance de cualquier persona. Basta con seleccionar lo que vemos conforme a criterios de sentido común. Pero mucho me temo que unos juzgarán como inmoral tantas retransmisiones deportivas, otros la violencia, otros quieren ver teatro, a otros les aburre tanto cine y echan de menos programas de música, concursos, documentales.

Quizá sea cuestión de no entregarle todo el tiempo, nuestro tiempo que es la vida, a la televisión. Otras capacidades humanas esperan nuestra atención, conversar, leer, contemplar, trabajar, imaginar, pasear, cantar, jugar, perder conscientemente el tiempo y no hacer nada, cuidar nuestras aficiones, integrarse en grupos de voluntariado ... Se trata de elegir, y en esto, entiendo la dificultad. Ni todos tenemos los mismos recursos, ni todos contamos con el mismo temple de la voluntad.



TELEVISIÓN III


LA TELEVISIÓN EN BUSCA DE LA ÉTICA (y III)

(Por JOSÉ MANUEL CASTRO CAVERO. Publicado en el Canarias7 el domingo 27 de abril de 1997)


¿Por qué le damos tanta importancia a la televisión?.¿Qué encantos o temores despierta esta esfinge moderna para que nos preocupemos todos de ella?.

Para dar con una respuesta juiciosa, me veo obligado a salirme de mis pensamientos, a buscar contraste con los argumentos de algunos pensadores reconocidos. Una respuesta posible, siempre superable, me la sugiere una pensadora de la Ética, Adela Cortina, una ´auténtica intelectual´, en palabras de José Luis L. Aranguren. A su juicio, le corresponde a la televisión como tarea suya, lo mismo que a toda la sociedad civil, construir una sociedad justa y democrática. Los medios de comunicación cumplen este objetivo, si informan y activan actuaciones sociales y personales. Una respuesta enjundiosa, sin duda, desde la que cabe pensar y escribir apasionadamente. Se trata de un tema que nos concierne a todos, en el preciso nombre de la participación ciudadana.

A un pensador de prestigio mundial, como K. Popper, la televisión le sirvió de tema para uno de sus últimos escritos. Le dió el tituló de: "Licencia para hacer televisión".

En el texto citado plantea el deterioro televisivo y la raíz fundamental que lo alimenta. Describe la realidad del problema y se aventura en la noble, y no siempre bien vista, tarea de ofrecer soluciones: I) Para mantener la audiencia las televisiones deben producir peores programas, escandalosos y sensacionalistas. La ética brilla por su ausencia; no se proponen ejemplos ni modelos personales de una sólida calidad moral. II) Ofrecer a la gente lo que la gente quiere, es un argumento irracional. Un directivo de la televisión no puede saber lo que la gente quiere si no se le ofrecen otras alternativas. III) La democracia se fundamenta en la extensión o universalización de la cultura, en hacer crecer el nivel de educación. Cuando la televisión programa productos de bajo nivel está enseñando a la audiencia a exigir esa mediocridad, porque lo acompaña con aditivos sexuales, Sensacionalistas, violencia, acción... igual que un mal plato se adereza con mucha pimienta para disimular su mal sabor y nula calidad; se busca disfrazar el producto, aunque sea deleznable. IV) La televisión introduce violencia en las casas; ese es el mayor problema. El niño aprende, influido por la violencia que ve en las imágenes. La censura no arreglaría el problema; sí se puede confiar en el control de un Consejo creado por el Estado; su misión sería velar, para otorgar licencias, tras un examen que demuestre la responsabilidad educativa de productores, camerógrafos, técnicos..., o retirarlas, en su caso, a cualquier productor televisivo. V) Quien hace televisión debe saber que interviene en la educación de todos, fundamentalmente de niños y jóvenes.

La verdad es que son muchos los intereses en juego. La cultura no tiene por qué oponerse al ocio, ni siquiera al negocio. Pero acompasar a estos tres jinetes, azuzados por los estímulos de una competencia desbocada, es una labor compleja. Sospecho que los gestores y profesionales de los medios de comunicación me respondan quitándole hierro al problema, diciéndome que hay espacio y tiempo para cumplirlo todo. Los usuarios, radioyentes o telespectadores, saben de sobra que, en un espacio anterior se informa de catástrofes y acto seguido se emite un programa insustancial. Nos obligan a dar saltos mentales desconcertantes. Sobre todo, la radio y la televisión son el reino donde conviven los contrarios; sin mayores consecuencias. En este sentido creo que han tenido un triste protagonismo: banalizar el mal, desacralizar el misterio humano.

Si como bien dice el ensayista J. A. Marina, la decisión sobre los fines de la televisión está en las manos de los consumidores, el círculo vicioso no parece superable. No se puede echar la culpa a una emisora, prosigue el mismo autor, porque cinco millones de idiotas se enganchen a un programa basura. El hecho sólo demuestra la necedad de los cinco millones de mirones, y que la emisora correspondiente satisface sus deseos. Así es la ley del mercado. Por este motivo será necesario apelar a un Consejo de Control, que ya existe, pero carece de relevancia.

¿Qué han de primar, los índices cuantitativos de audiencia o los cualitativos? ¿Pueden los medios informar o crear opinión, es decir, invitar a comprometerse? ¿Qué es noticia, lo que deja dinero o lo que excita el morbo? entonces, ¿dejarán de considerarse noticiables los hechos que no se ´vendan´, o aquéllos que no sean rentables? ¿Dónde queda la responsabilidad y autocrítica del periodista y del empresario? ¿Qué se puede esperar de los tan socorridos ´códigos deontológicos´? ¿Qué es del Consejo Superior de los Medios de Comunicación, encargado de garantizar la calidad de los programas?.

Tal como vengo planteando esta reflexión, cabe opinar que este invento no tiene remedio, que no se puede sacar nada aprovechable de su uso y disfrute. Un razonamiento que nos prevenga del derrotismo, nos lo presenta Lolo RICO, conocedora como nadie de la televisión, a la que define como ´rara avis´ y producto cultural de nuestro siglo. Estima que es posible hacer una programación de calidad con productos recreativos. No es imposible conjugar el ocio, con la cultura y el negocio, y todo sometido al parecer de la audiencia. Si no se hace es porque no se quiere. Vamos, una cuestión más en la que se ignora la responsabilidad.

Ahora que tenemos en ciernes la nueva Radio Televisión Canaria (RTC), conviene no perder de vista sobre qué pilares se pone en marcha. La libertad y la responsabilidad van íntimamente unidas. Por eso entiendo que yo, con pulsar el boton de encendido del televisor, no soy el único y mayor responsable. También los amos del medio y del mensaje, propietarios y profesionales, tienen libertad, responsabilidad y profesionalidad. Les doy por supuesto todo eso y cuantos códigos deontológicos den por aprobados. Pero dejarme a mí todo el cargo de conciencia es un peso demasiado grande.

MICROENSAYO: TERESA DE CALCUTA

DE LOS DICHOS A LOS HECHOS

(Por JOSÉ MANUEL CASTRO CAVERO. Publicado en el Canarias7 el domingo 21 de septiembre de 1997)

La crítica nos es tan necesaria como el aire que respiramos. Sin ella, los humanos acusamos el golpe fatal del descerebramiento; una forma de instalarse en la vida, con la denominación de origen de la más pura irracionalidad e insensatez. Los males con la crítica nos vienen de no saber andar a su paso, de no aceptarla como compañera.

El ejercicio de la crítica tiene mucho parecido con el acto de la comunicación. Nadie dice nada si antes no se habla y se escucha a sí mismo, pero, a su vez, se necesita el concurso de los sujetos emisor y receptor. Este procedimiento es primordial. El acto crítico se articula sobre tres movimientos inseparables; uno, que realizo yo, en estado de consciencia, sobre mí y sobre lo que me rodea; otro, que me viene de las personas que se encuentran conmigo; y por último, la irrenunciable toma de decisión entre los límites de la pasividad o de la acción. Por esto, la crítica es una ayuda de cara a plantear bien la vida. Del primer movimiento, que nos hace girar y vernos sobre nosotros mismos, así como del tercero, que nos obliga a tomar decisiones, aprendemos a evaluarnos; del segundo, una vez seleccionado el aluvión de informaciones y separado el trigo de la paja, aprendemos a escuchar a nuestro alrededor.

Los problemas en torno a la crítica podrían clasificarse conforme a una secuencia triple: cuando no somos capaces de criticarnos (autocrítica), ni de acoger la dirigida hacia nosotros, ni de articular una sola palabra sobre los males o bienes que nos rodean. De ser así, embebidos por la incapacidad, no nos queda otro final que morir en vida bajo los efectos de un falso éxito, víctimas de la indiferencia, de un amorfismo que vomita tibieza. Si acostumbramos a quienes nos rodean a no pronunciar una palabra más alta que otra, es que ya antes, nosotros, nos hemos instalado en la tranquilidad inmunizadora frente al asalto de cualquier novedad. Negar la crítica, o esconderse a su acción, es como abstraerse a la imposible confrontación cotidiana con la responsabilidad.

La educación en la crítica se halla descuidada, en el exilio, creo, por motivos ideológicos. Lo cual no es nada extraño; es la consecuencia más simple de no educar -en-y-para- la responsabilidad. Si esta mentalidad acaba por apoderarse de toda la sociedad, nadie se podrá fiar de nadie; andaremos siempre con el cuchillo en la boca, mordido con los dientes, como bucaneros del asfalto y del cemento, dispuestos a dar cuchilladas por doquier, defendiéndonos de las amenazas de los violentos, de quienes eligieron el uso de la fuerza contra la razón.

Traigo esta cuestión inspirándome en Teresa de Calcuta. Como a otras muchas y buenas personas que por el mundo han sido, le han espetado de todo, con un claro afán destructor. Se oponía al aborto y a las campañas de planificación familiar, aceptó dinero del narcotráfico, le dió la mano a reconocidos tiranos, descuidaba la atención médica a los moribundos, comulgaba con los proyectos más retrógrados y fundamentalistas del catolicismo, ella misma era una monja conservadora, y... le han hecho un funeral para ricos. Todo ello, y más, dicho en editoriales y artículos de prensa, documentales, y, como no podía ser menos, por la industria del cine. Lo cierto es que, por carecer de fundamento, esta sarta de improperios jamás ha podido alcanzar la consideración de críticas.

Indudable. Tan cierto como el cielo que nos cubre, la Madre Teresa de Calcuta carecía de saberes académicos sobre energía nuclear, sobre técnicas agrícolas, sobre experimentos bioquímicos, sobre ensayos teológicos..., pero ponía un cariño inmenso, inabarcable, en atender a los más pobres, a los moribundos, a los nada-de-entre-la-nada de este mundo. Y esos ´nadies´ le dieron la razón, le llamaron MADRE, porque el amor también es una necesidad básica.

Entre predicar y dar trigo suele ahondar un abismo insalvable. Vamos, la misma incoherencia que existe entre denunciar con la escritura o la canción algunos de los grandes problemas sociales, al estilo de conocidos famosos, y más tarde, fuera del escenario y detrás de la fachada, vivir como les viene en gana. Este oficio del embaucamiento es una verdad vieja, puesta en el refranero a cuento de aquellos predicadores, que se encaramaban a los púlpitos para vomitar palabras y dirigir las conciencias. Todo sea por el bien del espectáculo, lo mismo de ayer que de hoy. Bien distinto es predicar con el ejemplo; un misterio caprichoso hasta, por lo menos, cuando llegue el día que se junte el cielo con la tierra.

A Teresa, la de Calcuta, se la pudo criticar en vida y ahora se podrá criticar su obra, su forma de dar trigo, es decir, de repartir amor a los más necesitados. Pero lo que nadie podrá hacer es exigirle haber sido lo que no decidió ser. Por su vocación, o su opción fundamental, que así se llama a las decisiones trascendentes que tomamos las personas para darle sentido a la vida, llegó a descubrir un mundo habitado por abandonados, por gentes desposeídas a quienes casi nadie quiere acudir en su ayuda.

MICROENSAYO: TOLERANCIA

APUNTES SOBRE EL PENSAMIENTO DE K.R.POPPER
(Por JOSÉ MANUEL CASTRO CAVERO. Publicado en Canarias7 el martes 27 de septiembre de 1994)

Se ha muerto un sabio, en el sentido socrático de la palabra. Sus preocupaciones de mayor calado intelectual, como escribió en 1958, eran la ciencia y la filosofía exclusivamente, porque "quisiera saber algo del enigma del mundo en que vivimos y del otro enigma del conocimiento humano de este mundo".

Esta pasión por el saber está publicada en una variada temática de investigaciones, desde la lógica hasta la investigación científica, desde el conocimiento hasta las sociedades, desde las cuestiones éticas como la tolerancia o la libertad, hasta la colaboración con el premio Nobel J. ECCLES en la investigación sobre el cerebro y la autoconciencia, etc.

Una idea del complejo talante reflexivo de K. POPPER nos la ofrece la conversación que mantuvo con F. KREUZER en 1979; sin hablar de sí mismo nos va desplegando su entramado conceptual: indeterminista, pluralista crítico, deductivista, escéptico en el sentido originario de buscador, tolerante y consciente de nuestra ignorancia humana.

Su obra más reconocida en el marco de la filosofía política y social es, La sociedad abierta y sus enemigos, gestada en los años dramáticos de la II Guerra Mundial. De esta obra llegó a decir otro pensador, tan poco sospechoso de conservadurismo, como B. RUSSELL, que es una crítica contra los enemigos de la democracia, las críticas a PLATÓN y HEGEL son mortíferas, y a MARX lo diseca, además de responsabilizarlo por los infortunios modernos. De manera muy aproximada a esta se manifiesta J. FERRATER MORA. Su atrevimiento u osadía con el marxismo, justo por aquellos años, cuando en la intelectualidad europea mandaban los mandarines extasiados en el cielo comunista, le valió un silencio general. Las ideas de K. POPPER todavía provocan dentera mental en quienes tienen la autocrítica hibernada.

No deseo que con su muerte desaparezca su propuesta de una ética nueva profesional, ya que la presenta como un discurso racional, discutible y mejorable, en la búsqueda de la verdad. Esta ética se concreta en tres principios: el principio de falibilidad (ambos podemos estar equivocados), el principio de discusión racional (ponderar nuestras razones a favor y en contra de una teoría criticable) y el principio de aproximación a la verdad (aunque no lleguemos a un acuerdo nos habremos acercado a la verdad).

La propuesta ética de K. POPPER es por la tolerancia frente a la intolerancia, por la razón frente a la sin-razón, por una sociedad abierta, como es aquella en que los individuos deben adoptar decisiones personales, frente a una sociedad cerrada, de esclavos o animales domésticos.

Los principios popperianos para una ética humana e igualitaria se concretan como sigue:
1.- Tolerancia con todos los que no son tolerantes, porque si admitimos la pretensión de la intolerancia a ser tolerada, entonces destruimos el Estado de Derecho como ocurrió con la República de Weimar.
2.- Prevenir y evitar el dolor. Sería el principio de toda política pública. La lucha contra el sufrimiento es un deber.
3.- La lucha contra la tiranía, mediante los recursos institucionales legislados, más que por medio de la benevolencia de las personas que detentan el poder.

En el pensamiento de K. POPPER ronda un interrogante de categoría universal, es decir, válido para todos los tiempos y nunca indiferente para el ser humano. Aunque la desplaza al final de su obra, La sociedad abierta y sus enemigos, p. 432, esta pregunta antecede y da consistencia a todo su proyecto intelectual: tiene sentido la historia? existe una historia universal?. Nuestro autor responde con una negación tajante y absoluta; incluso se introduce en los saberes de la Teología para afirmar, que ni en el Nuevo Testamento se puede encontrar el fundamento para un significado de la historia; cualquier asomo de historicismo es nada más y nada menos que superstición e idolatría.

Esta historia popperiana, sin sentido, lo es así porque la historia, afirma, no existe; ese amasijo de hechos que nos han contado es exclusivamente la historia del poder político (431), que es la historia de delincuencia internacional y del asesinato en masa (432). No entiendo el descrédito del pensamiento de K. POPPER entre algunos intelectuales españoles; me lo explico, es que no lo han leído.

Este hombre sabio hizo de la crítica una posibilidad de poner en falso aquellas dogmas que se instalan en el pensamiento como si fueran verdades; intelectuales a la moda o necios, el relativismo del todo permitido y entonces la nada, son algunas de sus flechas envenenadas que entre nosotros encuentran el blanco.

De todas sus afirmaciones no puedo olvidarme de aquella que mete la sospecha hasta en uno mismo: "la tentativa de llevar el cielo a la tierra produce como resultado invariable el infierno". Estoy convencido de que pensar así no es paralizar una praxis liberadora, sino destapar antes de que sea tarde a quienes manipulan a la colectividad para ejercer de salvadores en el nombre del beneficio propio.

MICROENSAYO: CARNAVAL

CARNAVAL I

SUEÑOS DE CARNAVAL
(Por JOSÉ MANUEL CASTRO CAVERO. Publicado en el Canarias7 el 26, domingo, de febrero de 1995)


Soñé que el carnaval era una utopía, el asomo del cambio, la subversión del orden imperante. Al despertarme descubrí que era un montaje desalmado. Quisiera repetir el dicho clásico de pan y circo, pero quiero ser respetuoso con esas dos palabras, pues el pan, aunque sobra, no llega a la boca de todos los seres humanos, y el circo se encuentra en agonía.

Los sueños, desde la antigüedad, fueron considerados como una experiencia privilegiada para abrirse camino hacia el futuro; o al ser el presente tan amenazante, la esperanza necesitaba el alimento onírico para no caer en la derrota.

En la historia ha habido personajes que han soñado grandes utopías. Desafortunadamente sólo conocemos los sueños de quienes pasaron por la vida como triunfadores, imaginándose imperios, riquezas y poderío. En la oscuridad del olvido, ese espacio que se encuentra en nuestra misma historia, pero imposible de recobrar, reposan las voces y los sueños de las víctimas que claman por la justicia.

Si se trata de poner una utopía como ejemplo, a mí me parece mucho más interesante que la escrita y literaria, la vivida por TOMÁS MORO en sus mismas carnes. Cuando se trata de sueños, me conmueve lo que soñó M. LUTHER KING poco antes de morir, viendo cómo convivían en la misma tierra los hijos de quienes antes fueron amos y esclavos.

En los sueños de M. GANDHI la India existía como una única nación, libre, en la que convivían hindúes y musulmanes. Su asesinato supuso su doloroso despertar, el lado amargo de la conciencia, el desconcierto de ver que triunfa el fracaso sobre las demás posibilidades esperadas.

Los sueños de los grandes soñadores han sido nostalgias de justicia, mirada crítica y escrutadora sobre la sociedad en la que existen, inconformismo a raudales. Han soñado sin dejar de estar despiertos, se han situado en la vida en plena acción, sin contar con el peligro que acechaba para sus vidas.

Quien sueña utopías no deja de ser consciente ni un momento, porque se nutre con la impaciencia de la esperanza; no puede aguardar ni un instante más la desigualdad que se percibe y las posibilidades de transformación. Yo sueño con el carnaval, como si fuera un sueño que trastocara nuestras mentalidades para hacer un mundo mejor. Me despierta la realidad, plagada de dolores, sintiendo que con tantas posibilidades como disponemos no es justo que permanezca la injusticia.

El carnaval puede ser un sueño y una utopía, una visión y un deseo, una espera y una ilusión. Dudo que sea revolucionario y subversivo, por lo menos con la fuerza suficiente para trastocar el orden establecido. Los carnavales que yo observo agrandan las desigualdades sociales. Y no me creo el cuento de que abaja a los poderosos y los mezcla con los débiles, o que permite a los pobres igualarse con los enriquecidos. El carnaval está en la cabeza de cada persona, en su interioridad; de ahí que cada cual lo viva en las mismas condiciones, o con el mismo talante con el que se desenvuelve día a día.

Con algunos ejemplos se podrá comprender mejor lo que afirmo. Los violadores de todo tipo aprovecharán las ocasiones que ofrecen estos días para hacer de las suyas, los amigos de lo ajeno no dejarán pasar tantas oportunidades, los alcohólicos continuarán llevando el infierno en su sangre y a sus casas, a los machistas nada les hará cambiar en estos días ni aunque se disfracen de cupletistas, la solidaridad brillará con la ausencia de costumbre, de las basuras de esta fiesta hablarán los trabajadores de la limpieza, a la vez que habrá aumentado un poco más el basurero ...

Los carnavales se festejarán en las cárceles, en los hospitales, en los asilos, en las residencias de menores abandonados, en las calles de nuestros barrios, para seguir todo de la misma manera días después. Los guardianes del carnaval le darán vida con sus máscaras y disfraces, las murgas cantando sus canciones de vida corta, las comparsas con el paso a ritmos acelerados, y a todo esto, los ayuntamientos, que se suman a su modo con los presupuestos.

La esperanza, que es lo último que nos queda, sigue existiendo durante el carnaval, y por favor, que nadie se desprenda de ella a cambio de un disfraz. En el nombre de la esperanza que transforme la humanidad, los carnavales son tiempo que pasa, un combate intrascendente.


CARNAVAL II


EL CARNAVAL
(Por JOSÉ MANUEL CASTRO CAVERO. Publicado en el Canarias7 el domingo 18 de febrero de 1996)


De todo podemos aprender. Basta que tengamos una actitud receptiva para encontrarnos con lo que acontece en nuestro entorno. De la negativa a escuchar, nos recuerdan en algún anuncio publicitario contra la droga, se derivan muchos de los problemas en las relaciones humanas. Los padres y las madres que van a lo suyo, demasiado presionados por las preocupaciones diarias, dejan de tener oídos para los hijos y escuchan con mayor atención otros problemas que no son de carne y hueso. En el escuchar, que es otra forma de aprender, nos estamos equivocando de frecuencia y esto trae consigo resultados peligrosos y nada deseables. Los hijos que no se consideran escuchados se van a ´hablar´ con otros y a otra parte, la pareja que rutiniza su vida acaba padeciendo el desamor ...A los seres humanos, está visto, nos desequilibra cuando se nos trata con la indiferencia de quien oye llover.

Y,¿porqué esta importancia del saber escuchar?. Sencillamente, porque es la razón de ser del diálogo, y sin diálogo jamás llegaremos a realizarnos como personas pues sería no saber hablar.

Metidos de lleno en el carnaval nos podemos poner a pensar en múltiples ideas, en significados atrevidos, hasta podemos prestar oídos a los carnavales.

Del carnaval que me venden al que observo hay tanta lejanía que los hace irreconocibles. Me pregunto si seré yo el problema, no siendo que mi capacidad de mirar y de oír padezca anomalías. Si es así lo tomo por una cuestión de observación desfigurada y desfiguradora, posible de ser corregida con un nuevo enfoque de estas fiestas.

Para que el carnaval sea considerado una fiesta no me sirve que lo rotulen como tal en los carteles anunciadores o que lo escriban en los programas de actos. La fiesta nunca deja mal sabor de boca, ni dolores de cabeza, ni resaca, ni peleas, ni malas caras, ni deudas, ni penas. Mi memoria de unos años a esta parte me renueva con sibilina traición que los carnavales son una imagen fija, el rostro aburrido de un muchacho esperando la guagua en el parque Santa Catalina, después de haber participado con su comparsa en la cabalgata. Su cara sin nombre no reflejaba carnaval, ni fiesta; para mí era la efigie disfrazada de la soledad.

A ese carnaval que deja alcohólicos de madrugada, suciedad y basuras a mogollón, que se queda en disfraz de frustrados, lo repudio. Eso nunca puede ser una fiesta sino pura y dura represión mental. Más aún, un carnaval que necesita tantos millones para respirar no tiene nada que ver con Don Carnal, sino con los bolsillos de quienes venden sus gracias y sus memezes mentales. A los reprimidos no los curan las mascaritas, ni el ¡todo está permitido!.

Aunque pueda parecer que no soy carnavalero, no es cierto, ni está en mi ánimo luchar a brazo partido contra las carnestolendas como algún quijote sotanesco pretendió.

El carnaval, tradición festiva milenaria, transcultural hasta la médula, encierra un mensaje que nos ayuda a vivir. Se trata de la máscara y la mascarada sin necesidad de perder la consciencia por parte de quien se transforma. Esa capacidad de transmutarse me llama la atención porque es signo de la mejor versatilidad humana. La camaleonidad del carnavalero es aprovechable para descubrir nuestra capacidad en la vida diaria de la tolerancia, de mirar el mundo y la vida desde otras ventanas, de ponerte en lugar del otro. Mutarse en enfermo, inmigrante ilegal, víctima o sufriente de cualquier dolor, a eso lo consideramos como sensibilidad. Si el cambio de la sensibilidad a flor de piel lo iniciamos superficialmente en el carnaval, puede que algo se aprenda para el resto de la vida.

Si yo abominara de los carnavales no buscaría en ellos lo que persigo; ningún enigma que no sea sensibilidad. Mantengo la esperanza canavalera de los imposibles y los busco sin vergüenza. ¿Podremos hacer de la vida un carnaval?,¿aprenderemos a poner y quitar las máscaras y disfraces que llevamos con seriedad el resto del año?.

Me he puesto a aprender del carnaval y no puedo callarme las ideas y actitudes que descubrí: el desperezamiento de la alegría, el ablandamiento de las rigideces en el trato, el levantamiento de fronteras mentales, la espontaneidad, la confianza grupal, el enorme esfuerzo que se pone en marcha para tantas actividades ...

De lo que estoy seguro es que del carnaval amañado no se aprende nada, es como un dragón que necesita, en lugar de sangre y doncellas, más presupuesto para seguir en pie. Pero de fiestas no estamos muy sobrados y lo que es peor, después de las mismas nos entra la angustia porque se nos han pasado, ¿será posible peor destino?.



CARNAVAL III

EL CARNAVAL

(Por JOSÉ MANUEL CASTRO CAVERO. Publicado en el Canarias7 el domingo 1 de marzo de 1998)


Los carnavales dan mucho juego, no cabe duda, y por los desvelos sociales que se merecen, deben de esconder cada año elixires inalcanzables para los mortales.

A raíz de la preocupación reincidente mostrada por las autoridades sanitarias, a cada carnaval estrenado no le puede faltar la recomendación sexual oportuna. Nos inundan de carteles, lo mismo aquí que en Brasil, con la misma obsesión: sólo se jode en carnaval, sólo se “pesca” el SIDA en carnaval, los condones son para el carnaval, el sexto mandamiento es el reino del carnaval, sin jodienda ¿cómo va a existir carnaval?.

Desde que las carnestolendas pasaron a ser propiedad de los ayuntamientos apenas queda algo de su originalidad. A su defunción asisten inconscientemente las respectivas concejalías y fundaciones dedicadas a organizar tales eventos.¿Por qué los carnavales sufren la penuria del cinturón de castidad a cuenta de los presupuestos municipales?; ¿no tienen cabida otros patrocinadores a fin de limpiar las fiestas de todo olor a subvención?; ¿quién necesita a quién, los carnavales a los munícipes o sucede al revés?, y, de pensar así,¿qué desajustes presentan actualmente para desear, por mi parte, su transformación?.

Yo entiendo que el carnaval es una fiesta, un juego, un tiempo de transgresión, una metafísica (sí, cambiar lúdicamente de ser), una estética, una obra teatral, todo ello imposible de atar por los cuatro costados. Si miro a mi alrededor durante estas fechas no me encuentro con nada que se parezca a lo aludido. Precisamente por esa querencia de los políticos a inmiscuirse donde nadie los llama, a pescar en aguas turbulentas, los carnavales se hallan secuestrados, reducidos a mogollones, comprados por cientos de millones y espectáculos insustanciales.

A mi juicio, no celebramos los carnavales para nosotros sino para otros. Por esta pendiente resbaladiza nuestros carnavales se empobrecen, pierden su originalidad, copian de otros lugares, se oficializan y, lo que es peor, no crean participantes sino espectadores. Se trata de otra manifestación alienante del consumo a tontas y a locas.

No voy a poner la mirada en el pasado, tratando de extraer el remedio que ayude a recuperar el carnaval, a mi entender necesario. Tampoco voy a descubrir que sus orígenes se pierden en la noche de los tiempos, ni los lugares y las formas variopintas de las expresiones. Los tiempos avanzan con una velocidad que nos aturde, por tanto, la tradición carnavalera manda ajustarse a los aires del futuro. De seguir como se acostumbra el carnaval acabará por fenecer. Será como cualquier otra fiesta, pero en nada semejante al carnaval disfrutado por los pueblos, hecho cultura y contado para la historia.


No tengo nada en contra del carnaval, todo lo contrario, descubro en su esfera la riqueza de lo humano para desarrollar a raudales, a explotar, y en cambio me disgusta lo que observo. Ni fiesta, ni diversión, ni crítica, ni nada que se le parezca. Abomino de estos carnavales confeccionados como apartamentos turísticos para atraer visitantes, vacíos de significado y saturados por el negocio; ofrecen la triste imagen de nuestra devoción al placer de la inferioridad: masoquistas acomplejados, con unos carnavales de relumbrón y mal sabor en el pensamiento.

¿Cómo sortear el atolladero?. Por fortuna me encuentro con un texto del sabio holandés, Johan HUIZINGA, donde establece relación entre el carnaval y el juego: "Ese ser otra cosa y ese misterio del juego encuentran su expresión más patente en el disfraz. La “extravagancia” del juego es aquí completa, completo su carácter “extraordinario”. El disfrazado juega a ser otro, “representa”, es otro ser. El espanto de los niños, la alegría desenfrenada, el rito sagrado y la fantasía mística se hallan inseparablemente confundidos en todo lo que lleva el nombre de máscara y disfraz".

¡Ay los niños!. Ellos sí que saben jugar y no los adultos. Ahora me doy cuenta, gracias a J. HUIZINGA, que en nuestro carnaval no vamos juntos. A los niños los mantenemos aparte, en otro carnaval, el suyo, quizá el auténtico: libre, sentido, sin intereses materiales y provechos, rodeados de misterio, creando un mundo distinto al habitual... Vivido así el carnaval es una fiesta, una celebración, y a decir de J. HUIZINGA un juego.

MICROENSAYO:DEMOCRACIA

DEMOCRACIA I


LA DEMOCRACIA EN SU LABERINTO
(Por JOSÉ MANUEL CASTRO CAVERO. Publicado en el Canarias7 el domingo 25 de febrero de 1996)

En España es pésimo el servicio que le están prestando los partidos políticos a la democracia en las últimas campañas electorales. En estos períodos se dejan ver más acusadamente las limitaciones de una cultura política considerada democrática.

En lugar de desarrollar los valores de la libertad y de la independencia personales se acude a los recursos de la manipulación y el falseamiento. Los retos de la gobernación futura no se presentan suficientemente a la consideración de los ciudadanos, y por lo tanto queda amenazada la capacidad para elegir representantes sabiendo de su ideología, su estilo de gobernación y sus enfoques. Al proceder de esta manera se fragiliza la democracia y termina convirtiéndose en mercadeo político, donde los ciudadanos son consumidores en lugar de sujetos participativos.

Un estudioso reconocido de la ciencia política ha denunciado, que las campañas electorales están amenazadas por la tendencia a convertirse en circo político para entretenimiento popular, y en un nuevo tipo de concurso de belleza respecto a los candidatos (Yehezkel Dror). Se completa de esta manera el círculo vicioso del que no se puede esperar nada democrático: los ciudadanos se desinteresan del poder y de toda cultura democrática, y los políticos se aprovechan de la situación para quedarse en el culto a la apariencia. La evolución de la democracia se está quebrando. El Estado no cede poder a la sociedad civil, como es de esperar, porque entre otras razones la población renuncia a aceptar sus cargas de ciudadanía. La consecuencia parece lógica, al Estado se le pide que cumpla con el papel de ser el gran redentor que salve de todos los males. Un Estado que toma toda la palabra y hace callar a la sociedad es el sinónimo del totalitarismo (Hannah Arendt).

Los mismos partidos que se financian con fondos públicos dilapidan, no se puede decir con mayor cinismo, el derecho a la información, al debate y a la reflexión de los electores. Y no existe democracia sin pueblo educado (Y. Dror). El problema reside tanto en las formas y estrategias empleadas para presentarse en público y pedir con un mínimo de dignidad el voto de los otros, como en los contenidos que se presentan como base de reflexión política. Las campañas electorales, desde hace unos años, acusan que nuestra democracia da muestras de debilidad. Se ha profesionalizado hasta el extremo de no ser más que una batalla de expertos en medios de comunicación.

De la debilidad se puede pasar a la desgana, y ese es un mal paso que lo mismo que nos sucede a las personas puede afectar a las sociedades, porque esta patología no diferencia la constitución de sus pacientes. Por poca imaginación que pongamos, una sociedad cansada de vivir en democracia, desapasionada por esta forma de gobernarse, acabará por atraer en lugar de conjurar los peligros sufridos en la historia reciente de Europa. Se podrá convivir con más o menos intensidad en una sociedad democrática, pero si ya no distinguimos ni siquiera esos matices puede que se contribuya a levantar un nuevo totalitarismo emboscado.


Pedir el voto a los electores es una actividad democrática esencial. De igual manera que los electores no debieran jamás conformarse con las migajas de información acerca de la gobernabilidad futura. Por esta razón se hace incomprensible el circo electoral con el que nos sorprenden los políticos. El desprestigio del voto no se produce únicamente en el momento de acudir a las urnas; el voto tiene una vida larga, un antes y un después, momentos que se corresponden con la información ofrecida por los candidatos en los días de campaña electoral y con la transparencia hacia los ciudadanos de la acción de gobierno encomendada.

En abstracto, pudiera pensarse que la democracia, avalada por el paso de los años en aquellas naciones que la han asumido como sistema de gobernación, acabaría superando con facilidad todos los peligros a que se viera expuesta. No es así; de no introducirse mecanismos correctores y críticos, la democracia volverá a quedar atrapada en su laberinto. La república de Weimar (1919-1933) nunca debiera irse de la memoria colectiva, porque fue un fracaso de la libertad, de la justicia y de la fraternidad ante la falsa salvación del nazismo. Si la democracia no libera a los sujetos sólo es formalismo, un artilugio procedimental donde se abusa de la burocracia.

Para salir del laberinto aludido es conveniente redefinir la democracia como forma de gobernabilidad. Durante mucho tiempo se ha pensado que la solución viene de la mano de las instituciones. Hoy ya se escuchan voces de intelectuales, como los que se citan en este artículo a los que debo añadir el Club de Roma, que recurren a una recuperada formación virtuosa de los políticos, para mejorar la capacidad de gobierno. ¡Si la política no atrae a los mejores nos espera un panorama desolador!. Desenmascarar a los candidatos, destapar su oportunismo, descubrir sus razones para la gobernación, beneficia a toda la sociedad porque los electores podrán ejercitar su voto con más base de información. De esta manera podrá erradicarse el circo político y la corrupción, confiando en la acreditada virtud de los candidatos y en la apasionada acción de la ciudadanía.

Entender que la democracia es una forma de vida, cuyo objetivo principal es el reconocer al otro, no es una conversión que afecte a votantes y políticos de la noche a la mañana. Necesitamos una democracia de liberación, que haga sujetos (Alain Touraine). Dicho esto, que en palabras resulta tan sencillo, lo complicado será dar razón de todas estas ideas. Mientras tanto la mejor definición de democracia sigue siendo la libertad, la igualdad y la fraternidad. Un programa para convivir políticamente, demasiado antiguo y tan falto de aplicación.


DEMOCRACIA II


LOS LÍMITES DE LA DEMOCRACIA

(Por JOSÉ MANUEL CASTRO CAVERO. Publicado en el Canarias7 el domingo 21 de julio de 1997)

Humanamente, ya hemos agotado las fuentes del hablar y escribir con sensatez sobre la bestialidad y sinrazón de los terroristas de ETA y sus secuaces de HB, sin excluir a sus miles de votantes; se ha apuntado hacia la ambigüedad del nacionalismo vasco y de la Iglesia allí presente; nadie con sentido común ha negado la desventura del GAL y otros abusos que ensuciaron de indignidad a destacados gobernantes socialistas. En adelante, como ya viene siendo habitual, repetiremos lo dicho, empeñados en recordar verdades como puños: no te atrevas a torturar ni a matar. Los verdugos no nacieron privilegiados por la madre naturaleza para ser insensibles eternamente a la voz de la justicia y de la razón.

En mi opinión se ha dicho todo y de todo. No obstante, no me he encontrado con reflexiones que abordaran con extensión la incapacidad o limitación de la democracia, el asedio a que la someten los grupos violentos. La democracia es un sistema de convivencia social incompatible con la violencia, con la corrupción, con la indiferencia social y con otras malas artes.

Sin embargo, en una tesitura que desconfía de la democracia, se emplazan muchas gentes que opinan en los corrillos de las plazas, de las calles y en las tertulias familiares. Reclaman el ojo por ojo, la pena de muerte, el darle su merecido a los canallas. No se trata de otra voz distinta a la venganza. Por estos derroteros nos encaminamos hacia la quiebra del espíritu democrático, asentado en la defensa del Estado de Derecho, con lo cual se le dan alas a la posibilidad del escarmiento popular. Un fiel reflejo de la situación nos la ofrecía este mismo periódico, el domingo 13 de julio, al publicar los resultados de la encuesta realizada entre jóvenes canarios por encargo de la Consejería de Empleo y Asuntos Sociales (el 65% admite la violencia frente a robos y actos terroristas). Puedo añadir aún más leña al fuego: desde hace cinco años, por lo menos, siempre que pido opinión a mi alumnado sobre la pena de muerte, el 60% no duda en mostrarse favorable.

¿Qué se puede esperar?¿Qué se ha de hacer?. Si los jueces no juzgan a los terroristas y a sus secuaces con todo el peso de la ley, si los partidos políticos siguen su estrategia de pragmatización con HB, ha de llegar un día de la ira, en el que la gente tome la justicia por su mano, harta de la inoperancia de una clase política timorata y embarullada constantemente en no saber hasta donde llega el diálogo y donde comienza la tomadura de pelo.

La confusión en el arte del diálogo deja toda negociación en estado borroso. Se iguala lo inigualable, se equiparan víctimas con verdugos, bienaventurados por la paz y la justicia con esforzados del terror y del asesinato cruel y cobarde, al Estado con ETA; cobra cuerpo la impunidad.


Por otra parte cabe decir, hablando de la violencia, que la democracia no puede tener en la "pena de muerte" la solución a sus desventuras, al asedio implacable de los violentos. Tal vez la cadena perpetua, no contemplada en nuestro país, pero sí en Francia, no estaría de más volverla a reimplantar para casos tan extraordinarios como los de "lesa humanidad". La Constitución ordena en el artículo 25, párrafo 2, que las penas de privación de libertad se orienten hacia la reeducación y reinserción social de los condenados y que se alcance el desarrollo integral de su personalidad. También de los terroristas. Ahora bien, tal como están las cárceles españolas y tal como transcurre la vida de quien cumpliendo años de cárcel regresa a los brazos y entrañas de su camada terrorista, cómo hablar de reinserción sin ser ingenuamente mentecatos?. La cadena perpetua para criminales como H. Parot, Valentín Lasarte... a mí me parecería acertada, educativa, no tanto por el fracaso de su rehabilitación cuanto porque sus crímenes atentan contra la más alta dignidad humana (caso de R. Hess).

Cuando en un Estado están abiertas todas las posibilidades para desarrollar con garantía la oferta política elegida, los grupos terroristas no pueden caer bajo la misma e idéntica cobertura constitucional que quienes se pliegan al Estado de Derecho. Esto mismo le escuchaba a un político del partido socialista balear a raíz del asesinato de Miguel Angel Blanco.

El sistema democrático ni pone fin a la historia, ni es la mejor de las sociedades conocidas, ni siquiera tiene en su poder el remedio contundente e inmediato contra sus enemigos. Le debo al teólogo de Salamanca, Olegario Gonzáles de Cardedal y miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, la frase famosa de Böckenforde, atribuida a Donoso Cortés, según la cual:"La democracia vive de potencias que ella por sí misma no puede engendrar". Esas potencias, que me permito interpretar como virtudes y valores, como libertad y responsabilidad en máxima tensión, como prudencia y serenidad, como confianza indudable en el estado de Derecho, no le llegan a la democracia como tampoco los niños nacen con un pan debajo del brazo. La democracia, como la vida misma la van haciendo los ciudadanos todos los días a medida de actuar como agentes participativos, lo mismo que el artesano, el intelectual, el labrador sudan sobre sus campos de trabajo. La democracia puede morir, por éxito a manos de la indiferencia, por agotamiento a causa del asedio y secuestro de los grupos violentos.¡No les permitamos vivir como peces en el agua!.

MICROENSAYO: EUTANASIA

LOS DILEMAS DE LA EUTANASIA

(Por JOSÉ MANUEL CASTRO CAVERO. Publicado en el Canarias7 el domingo 15 de marzo de 1998)

El conjunto, no tan variado en el fondo, de artículos publicados en la prensa a raíz del suicidio de Ramón Sampedro, nos permite analizar el estado de la cuestión en nuestra sociedad. Otro indicador que nos muestra la relevancia del tema es que basta mencionarlo para que nos aprestemos a opinar a diestra y siniestra. La eutanasia se ha convertido en una nueva Torre de Babel, cuando no, en una jaula de grillos.

Detrás de la cuestión o dilema de la eutanasia se esconde, a primera vista, la confusión. ¿Qué entendemos por esta palabra?. Sospecho que se ha producido una saturación de su significado. Una palabra obligada a acoger contenidos específicos de otras, resistirá en su propio campo significativo muy poco tiempo la intromisión, y desenmascarará la trama de quienes urdieron la manipulación intelectual y linguística.

Con el sorbo de cianuro del malogrado Ramón Sampedro, con su muerte tenazmente deseada y buscada, la eutanasia no tiene absolutamente nada que ver. Para designar tal acción existe una palabra precisa: ´suicidio´.

Si de lo que se quiere tratar es de la eutanasia, pero se coge el rábano por las hojas, y es una mera oportunidad para entablar la polémica, habrá que decir que así, con este viraje comunicador, a la eutanasia se le hace un flaco servicio. No obstante, se consiguen excelentes resultados con la estrategia infantil (sin matiz peyorativo) de llorar para mamar, o dicho en frase de Mcluhan: ´el medio es el m-a-s-a-j-e´. Repita usted sus ideas hasta la saciedad, hasta el aburrimiento, seguro que conseguirá seguidores, y si usted es el poder, logrará borrar de la cabeza de la gente toda idea contraria.

Un remedio antiguo, pero por lo visto menos habitual de lo que sería de desear, es el de acudir a los Diccionarios, para resolver las dudas. Abriendo el tomo I de la última edición (21ª) de nuestro DRAE (Madrid 1992), dando con la voz ´EUTANASIA´, se lee que es un vocablo de origen griego, etimológicamente significa ´buena muerte´, de género femenino, y que tiene dos acepciones. La primera es de naturaleza médica: ´Muerte sin sufrimiento físico´; y la segunda: ´Acortamiento voluntario de la vida de quien sufre una enfermedad incurable, para poner fin a sus sufrimientos´.

Para seguir con el juego de rastrear por el Diccionario, me he ido a ver lo que significa ´SUICIDIO´, y me encuentro con que su etimología es de origen latino, que se trata de un vocablo compuesto de dos palabras, sí mismo y matar; su género es el masculino; contiene dos significados, uno relativo a la ´acción y efecto de suicidarse´, y el otro propiamente figurado: ´acción o conducta que perjudica o puede perjudicar a la persona que lo realiza´.

Ya sé que el Diccionario no lo dice todo, que se queda desfasado constantemente, porque es el símbolo del infinito, la piedra rodante de Sísifo cumbre abajo, el viaje sin retorno. Considero indiscutible que de saber con precisión de qué hablamos, usando las palabras pertinentes, muchas confusiones se disiparían, como los fantasmas al darles la luz en la cara.

Sé, por otro lado, que la eutanasia contiene semillas de dilema moral, preguntas que son últimas, preocupantes, inaccesibles para la voluntad y las miles de páginas de todos los diccionarios y enciclopedias humanas. De todos modos siempre será una alegría inmensa cuando das en descubrir la venta de un gato por una liebre. Para hablar de la eutanasia nos sobra la historia del bueno de Ramón Sampedro, lo suyo era otro problema.

Me he referido antes al conjunto de artículos publicados en prensa desde el pasado 12 de enero, fecha del suicidio de Ramón, en Boiro (A Coruña). Los hay de toda clase y condición. Todos escritos por personajes relevantes: una profesora de ética, algún que otro catedrático de filosofía, pensadores, ensayistas, bioéticos, periodistas... Textos con desigual fortuna en la exposición, desde el que exuda mesura, al que desprende olor atrabiliario. De unos diez que he tenido la oportunidad de leer, dos se decantan abiertamente por el rechazo a la eutanasia, mientras que los ocho restantes, además de aprobarla, argumentan contra quienes piensan lo contrario e intentan desmontar las razones opuestas.

He leído hasta lo que no me esperaba, de la mano de una experta en ética utilitarista: "que la eutanasia es el derecho fundamental por excelencia". Puestos a nombrar ´derechos y deberes´ ya se ha devaluado tanto la catalogación que no sabemos por donde comenzar. Así andamos en este Occidente Enriquecido, indigestos de ideas y desorientados.

MICROENSAYO: TEMAS ESCOLARES

ESCUELA Y GASTOS



GASTOS ESCOLARES
(Por JOSÉ MANUEL CASTRO CAVERO. Publicado en el Canarias7 el domingo 2 de octubre de 1995)

La escuela es un lujo para muchas familias por el precio del material escolar y por las demás necesidades que lleva añadidas. En Francia, según ha publicado Le Figaro (21-VIII-95), las familias tendrán que pagar unas 25.000 pesetas por cada miembro escolarizado. Los gastos apenas si son diferentes para las familias españolas: más de 20.000 pesetas para colegios públicos, 50.000 para concertados y 150.000 para los colegios privados, según ha dado a conocer recientemente alguna organización de consumidores. Por estos precios que nadie espere agotar todo un curso escolar, aquí nos fijamos en el comienzo, en lo que cuesta equipar al alumnado de la enseñanza obligatoria para su vuelta a la escuela.

Por estos días de septiembre, al tiempo que los colegios abren sus puertas para iniciar el año académico, se oye el lamento de lo caro que se venden los materiales escolares. Hay quien recuerda, para lo que basta con tener cerca de cuarenta años en adelante, aquellas Enciclopedias de primer grado, de segundo y de tercero, con las que estudiaba toda la familia de una generación a la siguiente. Aquello sí que resultaba barato... a pesar de la fragilidad de las pizarras, imposibles de mantener intactas más allá de unas semanas.

La escuela va convirtiéndose en una carestía al alcance de privilegiados que se pueden costear las exigencias inventadas por los experimentadores pedagógicos, sentenciarán con razón los más críticos. En esto atisbo un camino tortuoso todavía por recorrer. La innovación educativa, por lo general, no ha conseguido siempre mejorar la calidad de la educación, sino un aumento innecesario en los gastos públicos y privados.

Se ha llegado a establecer una relación imperativa, a mi juicio equivocada, como es que a mejor educación mayor presupuesto. Lo mismo que se habla de cesta de la compra para conocer el precio de lo que nos cuesta vivir (IPC), en la que se incluyen los productos básicos, entre otros, los alimentos, la gasolina, la electricidad, el teléfono, la ropa o la vivienda, si abrimos una mochila escolar cualquiera descubriremos el mucho peso y gastos que llevan a sus espaldas los chicos y chicas en su viaje diario a la escuela: media docena de libros, un archivador, varios cuadernos, dos diccionarios, calculadora, bolígrafos, ropa y material deportivo, los útiles para "pretecnología"... el walkman, el bono-guagua, las clases particulares, la excursión fin de curso, el intercambio con compañeros de no sé qué otro centro europeo, el bocadillo y el refresco, unas pesetillas para gastos varios ...
La mejora de medios y recursos empleados en el aula se estima que beneficia tanto a estudiantes como a docentes. La motivación y un sentimiento de confortabilidad en el trabajo, y lo sabemos por experiencia propia, no cabe la menor duda de que ayudan a que se estudie y se explique con mayor soltura y eficacia. La escuela y lo que ella representa no es un organismo muerto, en el que vale lo de una vez para siempre. Por eso mismo exige atención a lo nuevo, capacidad de adaptación e incorporación de todos aquellos medios o estrategias adecuadas para el proceso educativo.

Los nuevos medios llamados a ser incorporados en las tareas de las aulas, como los audiovisuales y la informática, o las renovadas estrategias del profesorado para impartir los contenidos, hasta los reglamentos que regulan la convivencia y participación de los distintos miembros de la comunidad educativa, son empeños serios para mejorar la calidad y eficacia de la escuela, aunque el éxito siga siendo muy discutible. Aquí apunto al fracaso escolar. Contra esta bestia actual no disponemos de remedios inmediatos y contundentes. No deja de ser una paradoja de nuestro tiempo que, junto a las facilidades para estudiar, surja el abandono prematuro de una parte de nuestro alumnado.

Pero, como en casi todo, también los gastos escolares se ajustan al esquema de que unos son obligados y otros prescindibles. El comprar con inteligencia se aplica ya hoy a todos los productos, lo cual quiere decir que no existen motivos para adquirir más de lo que nos es necesario, que comparemos los precios. De llevar a cabo este consejo podemos ahorrar, según estudios franceses sobre los costes escolares, hasta unas 50.000 pesetas. Sucede como en todas las ocasiones que nos dejamos arrastrar por las modas, y estas hasta se ocupan del vestuario estudiantil, de los modelos de las maletas, de los colores de los bolígrafos y de las portadas de los cuadernos.




ESCUELA Y LIBROS DE TEXTO




LOS LIBROS DE TEXTO A EXAMEN
(Por JOSÉ MANUEL CASTRO CAVERO. Publicado en el Canarias7 el domingo 29 de septiembre de 1996)

No son nada más que un medio, una ayuda para las tareas educativas, pero hay que ver el papel tan imprescindible que se les ha dado. Este tema me preocupa por lo que observo; unos gastos imposibles para muchas familias. ¡La escuela no puede tener tan alto precio, ni reproducir las diferencias económicas y sociales!.

Conozco la cuestión porque he sido estudiante y lo sigo siendo, porque me muevo en el mundo académico y porque oigo las quejas sobre la carestía de los libros de texto. El desconcierto es mayúsculo, un espectáculo rayano con el absurdo, si no el absurdo mismo. La función tan edificante se ofrece nada más y nada menos que con la escuela de por medio. Me imagino las palabras tan respetuosas(!), en algunas casas, al llegarle a manos del padre o de la madre la lista de materiales escolares; vamos unas expresiones que a oídos de los hijos, sean o no pequeños, les pone la escuela a la altura del barro.

He tenido la oportunidad de leer una de esas listas de pedidos de un colegio de primaria. En nota final exige que todos los textos sean de la última edición (sic), lo cual hace preguntarme, ¿para qué entonces la obligación administrativa de no cambiar de libros de texto al menos durante cuatro cursos?. Junto a los libros de texto, por ejemplo de matemáticas, se piden otros cuadernos de "Cálculo y problemas", y me pregunto, ¿no vale un cuaderno corriente para hacer las cuentas?, porque estos libros de ´cálculo´ vienen repletos de operaciones aritméticas sin más detalles. Libros, como los dos de ´plástica´, que ya no valen para un segundo usuario en el curso próximo, a no ser que los padres pasen una semana borrando la leve escritura del primer usuario y repegando las figuras recortadas. Se pide un diccionario de la lengua española, pero no vale cualquiera, tiene que ser de una editorial determinada; debe ser que esa domina más términos y con más sabiduría que la Real Academia de la Lengua; ¿tengo que entender que si yo tengo otro diccionario, de otra editorial, no vale para las consultas de mi hija?. Si añadimos a la cuenta los gastos de la ropa de Educación Física y el resto de materiales escolares, en un número que no baja de 7 cuadernos, varios diccionarios, los materiales de manualidades y dibujo, algún libro de lectura ... todo junto, además de dinero, suma unos buenos kilos de peso en la maleta diaria de cada alumno.

Por todo esto, y más, me sobran motivos para poner los libros de texto a examen, casi les diré, para ponerme en su contra; no soy el único profesor que prescindo de ellos desde hace años. ¡También se pueden impartir clases sin libros de texto! ¡Se puede mantener una opinión así sin caer en la insensatez?. Voy a intentarlo y la razón estará una vez más en el juicio de quien lea estas líneas, no siendo que yo padezca una deformación observacional, y esto que escribo no tenga parecido con la realidad.


Los libros de texto son a los libros lo que la música militar es a la música. Diré más, a riesgo de ser declarado ´persona non grata´ para el gremio de editores, de distribuidores, de libreros, de comisionistas y otros beneficiarios. Me consolaré pensando que, quizá el gremio sin asociar de familias saqueadas con total desfachatez en gastos de los libros de texto, me escriban al periódico para salir en mi defensa.

Me arriesgo a mantener la hipótesis siguiente: los libros de texto contribuyen proporcionalmente a las ganacias de los editores y demás asociados en la misma medida que aumentan la desgana en el alumnado. Jamás diré que son una ayuda innecesaria, pero de ahí pasar a considerarlos imprescindibles, el paso es demasiado grande. Ni siquiera son el centro sobre el que debiera girar toda la estrategia de la transmisión de contenidos.

La desmotivación del alumnado, en mi opinión, la refuerza la escuela a base de darlo todo hecho. ¿No podrían elaborarse los propios libros de texto los mismo alumnos a medida que pasa el curso y con la dirección del profesor correspondiente?. Ahora que se habla tanto en el lenguaje pedagógico de innovar, de hacer partícipe al alumno en su propio proceso formativo, ¿a qué se espera para cambiar algunas de las peores estrategias escolares?
A favor de los libros lo tengo todo, pero en contra de los que llaman ´de texto´, me ratifico en lo escrito. Para hablar de libros lo primero sería entrar en las bibliotecas de los centros, lugar sagrado, con una atmósfera especial, que le descubriera a los chicos el olor, la textura, la gracia de los libros, pero si es como me cuentan, esto es de película almodovariana. ¿Se imaginan una biblioteca sin apenas libros, todos rotos y que se abre solamente para meter la bicicleta del conserje? Ese centro de primaria existe, y lo dejo como jeroglífico para que se rompa la cabeza el consejero y el viceconsejero, los 81 empleados de libre designación, los 5 de libre nominación y el resto de asesores. Al dar con la solución destaparán otros problemas. Se comenta que la dirección no está en buenas manos; se dice que en la dirección de ese mismo centro concurren hechos impresentables, algo que tiene que ver con los presupuestos para el comedor y con las comidas que sobran. Hasta se rumorean asuntos menores, como que las fotocopiadoras están calientes al entrar el profesorado a trabajar cada mañana. Esto es lo que he oído... el centro, la verdad, es que no sé cual es, pero dicen que se ubica en la costa teldense...



ESCUELA EN CRISIS

LAS CRISIS DE LA ESCUELA
(Por JOSÉ MANUEL CASTRO CAVERO. Publicado en el Canarias7 el domingo 2 de julio de 1995)

La crisis que viene afectando, desde tres décadas atrás, a los sistemas educativos del mundo desarrollado y por eso mismo a la misma escuela, es algo que nos preocupa a todos. En este todos están comprendidos los miembros de lo que se ha venido a llamar comunidad educativa, formada por el alumnado, los padres, el profesorado, las instituciones públicas y la sociedad civil. Esta es la comunidad actual, luego está que alguien represente a las generaciones pasadas y las que están por llegar. No tomo esta idea como una salida de tono.

Por una parte manejamos un legado que hemos recibido de las generaciones pasadas, lo conocemos por el nombre de tradición. No es que represente un almacenamiento de costumbres y saberes que sean inmodificables. Caer en el tradicionalismo es un error tan repetido en la historia humana como su contrario, o sea, arrojar todo por la borda porque nos parece tan caduco como ineficaz. Entre los incendiarios y los inmovilistas también podemos buscar un término medio; cambiar lo que sea necesario, porque las cosas están hechas para el ser humano, y conservar aquello que nos sirva para progresar en el camino de la madurez humana.

Al renovar la escuela, por otra parte, estamos proyectando la sociedad futura, un largo plazo que nos superará temporalmente a los que ahora existimos. Para no hipotecar injustamente a las generaciones futuras, es decir, para no embrujarlos con nuestros males presentes, quienes ahora asumimos responsabilidades, desde la "paternomaternidad" a la docencia, desde la ciudadanía de base a los cargos públicos, debemos romper con nuestro futuro para ver un futuro más lejano. Preocuparse por lo más próximo es muy importante, pero no lo es menos mirar lo más lejos posible. Se dice que uno de los errores más frecuentes cometidos por los políticos de hoy en día es su fijeza en proyectarlo todo a muy corto plazo, quizá, ¿para mantenerse en el poder?.

Entre el futuro, sea lejano o próximo, tenemos que contar con el presente sin ignorar el pasado de las personas y de la escuela. La crisis educativa se palpa desde los años de primaria hasta las carreras universitarias, más aún, en la vida misma. A tiempos nuevos le corresponden problemas más complicados. Siguiendo esta lógica, llega un momento en que la escuela no responde a las demandas de las personas para su propio desarrollo integral. Es necesario, entonces, llevar la reforma a las escuelas, a la vida académica. Se trata de adecuar los contenidos y formas escolares a los nuevos tiempos y demandas de la sociedad.

La escuela tiene un papel fundamental en relación con la igualdad social; es el espacio de convivencia en el que los individuos se construyen como personas, que es tanto como armonizar lo individual con lo social. En este sentido también la escuela está en crisis. No está cumpliendo la labor social de allanar las diferencias injustas ocasionadas por la sociedad.


La crisis educativa no merecería mayor importancia si no afectara, como viene sucediendo, a la vida misma de las personas. La escuela no se escapa de sacrificar sus propias víctimas El alumnado que sufre el fracaso escolar para engrosar las cifras de personas sin saber qué puertas abrirles para que no sean carne de todos los males sociales. Las madres y padres desconcertados con la escuela porque ya no saben si se trata de una guardería o en el mayor caso como abogada de los imposibles. El desánimo del profesorado no es una quimera, se constata a nada y menos que les tires de la lengua. No se me olvida que son varios los profesores y profesoras jubilados en los últimos años, que se han ido tristes, derrotados, sintiendo ese vacío existencial de quien evalúa como una pérdida su vida profesional.

A fuerza de esfuerzos personales y de dinero, no se da con la respuesta adecuada para traer paz al ámbito escolar. Nos encontramos metidos de lleno en la crisis, la reforma, el ciclo de los experimentos, y van treinta años, por lo menos, y no sabemos salir de esta situación transitoria. ¿Acaso nos hemos acostumbrado a estar en crisis?. ¿Puede decirse que lo mismo que "la arruga es bella", esto de la crisis en la escuela vende extraordinariamente bien en manos de los políticos y de cara a la sociedad?.

En los países desarrollados los gastos en educación aportados por los presupuestos nacionales son enormes, aunque no siempre suficientes. ¿Hace esto que se tenga que justificar el gasto educativo de algún modo? Ya se han dejado oir voces críticas, que es como si empezaran a sonar tambores de guerra para algunos. El cheque escolar, como bono del estado en manos de los padres para costear la educación de los hijos en el centro que estimen oportuno, no supone la quiebra del derecho social y deber a la educación, pero tampoco aporta, en mi oponión, el remedio que cura de todos los males.

La crisis ha alcanzado de lleno a toda la escuela y ha pasado de crisis a enigma con riesgo de volverse crónico. Empezando por el alumnado que confunde rentabilidad con educación, entretenimiento con aula; alcanzando a las madres y padres que no acaban por darle toda la importancia que tiene a la educación de sus hijos, o se la dan equivocadamente; llegando al profesorado que ya padece el despiste mayúsculo de no saber si educa, si forma, si enseña, si entretiene, si transmite contenidos ... y a los responsables de la administración educativa perdidos en el caos burocrático, político y mental.


ESCUELA Y FRACASO ESCOLAR


EL FRACASO ESCOLAR COMO MAR DE FONDO
(Por JOSÉ MANUEL CASTRO CAVERO. Publicado en el Canarias7 el domingo 22 de diciembre de 1996)


El ´malestar en la cultura´, fue el título que S. FREUD dió a una de sus obras más conocidas (Das Unbehagen in der Kultur). Sin entrar en mayores profundidades psicoanalíticas, en el campo de la enseñanza nos estamos encontrando no sólo con el mentado malestar, sino con una marejada de imprivisibles consecuencias. Destaco a modo de ejemplo, la desmotivación del profesorado, el fracaso escolar del alumnado, la dejación, en algunos de sus deberes, por parte de la mayoría de las familias, y la desorientación instalada desde hace años en los despachos ministeriales y de nuestra Consejería de Educación.

Constato cada afirmación anterior con pruebas, tales como, el sentir de los docentes, las estadísticas sobre el rendimiento del alumnado, la escasa participación de las madres y padres en APAS y consejos escolares y, por último, el desconcierto de la administración educativa, que ha fijado mal sus objetivos y desarrollos; en otra palabras, que no ha medido bien sus posibilidades y la realidad de los hechos.

Si nos centramos en Canarias, nada de lo afirmado hasta este momento resulta extraño, el malestar en la enseñanza es innegable. Lo cierto es que, el debate actual se pretende orientar hacia un único problema: el fracaso escolar. Un informe estadístico de la Dirección General de Centros de la Consejería de Educación da a conocer que, en el curso 94-95, el rendimiento escolar no mejoró a pesar de tanta innovación y reforma. Prefiero no entrar en juicios comparativos, de si es mejor o peor el nuevo sistema educativo, porque a fín de cuentas, la realidad es la que manda, y el fracaso en la escuela se ceba sobre personas. Los datos, al margen de las cifras, me resultan llamativos, diría más, los veo con preocupación: ¿qué futuro nos espera? ¿cómo erradicar la pobreza, el paro, la marginación y otros males?¿cómo transformar la sociedad y en qué dirección?.

Para los detractores del nuevo sistema educativo, los datos que se conocen fundamentan el fracaso previsto, por contra, los adictos a la innovación, defienden su esfuerzo, a la vez que, reclaman nuevas estrategias de evaluación. El alarmismo no conduce a ninguna parte, pero pedir cautela ante lo que sucede en la enseñanza suena a desvarío. Ahora bien, si se mata al mensajero, todo se torna sospechoso. Deduzco este parecer por la insistencia, en las últimas fechas, de los gestores de la Consejería de Educación. Y aquí nace mi duda: la calidad educativa, es decir, los aciertos y errores de todo un sistema educativo, se tienen que evaluar incorporando nuevos parámetros, bien, pero, ¿esa actividad necesaria, sirve para darse la razón la Consejería a sí misma, o para modificar sus objetivos (política) equivocados, o para culpabilizar a alguien como chivo expiatorio?.

Los males de hoy vienen sembrados desde tiempo atrás. A menudo tengo la impresión de que en las escuelas ha anidado la resignación y el desencanto. El colapso escolar no ha llegado, ya hace años, porque dentro de las aulas se dan unos mínimos de profesionalidad, quizá más apropiado sería decir, de cumplimiento. La valoración social del profesorado roza los niveles del descrédito: el ´pasas más hambre que un maestro de escuela´ se ha sustituido por el ´vives mejor que un maestro´. En este proceso desmotivador ha desempeñado un protagonismo indudable y triste el Ministerio de Educación y Ciencia, desde los tiempos en que lo capitaneaba J.A. Maravall. El rumbo errático no lo supieron corregir sus continuadores, o no quisieron, suposición que haría su proceder más rechazable.

Se diseñó, entonces, una reforma necesaria del sistema educativo vigente. Hoy, a diez años de aquellos experimentos me cabe opinar como sigue. Si las reformas son cuestión de la administración pública, entonces se debe afirmar que se trata de una ´reforma política´ de la escuela. Si la reforma es obra de determinadas élites de expertos, entonces es una ´reforma extraña´ a la escuela. Muchos hubiéramos deseado una reforma elaborada desde la participación de toda la comunidad educativa. Y nos preguntamos, ¿a qué familias pidieron parecer?, ¿a qué alumnado?, ¿a qué docentes?. No se quiso dialogar con la sociedad, no se articularon cauces de participación, se trató, más bien, de un procedimiento piramidal, de imposición.

El mayor fracaso de cualquier reforma, y esto es válido para la acometida en la enseñanza, sucede cuando cambia sólo el lenguaje. Veamos. Ahora, además de primar sólo los saberes técnicos, se usan términos novedosísimos, ´currículo´, ´conflicto cognitivo´, ´competencia comunicativa´, ´diversificación curricular´, ´diseño curricular´, ´temas transversales´, ´módulos profesionales´, ´E.S.O.´, ´D.C.B.´, ´P.C.C.´, ´P.E.C.´, y una larga letanía que más parece la jerga para iniciados de no sé qué secta. Es lógico y comprensible, que los más destacados defensores de este nuevo sistema educativo, sean los responsables de la administración educativa y otros allegados. ¡Faltaría más! Sería necesario aplicar el psicoanálisis, ya que apareció la palabra al principio del artículo, para saber los intríngulis de sus querencias.

Vuelvo al lado de los docentes. Atisbo que están hartos. La trinchera no está en la edad, ni los más experimentados son los conservadores a ultranza, ni los más jóvenes son adoradores de los cambios. He prestado oído a quienes peinan canas, próximos a la jubilación. Ya llevaban tiempo diciendo que así no se podía continuar, ahora, ante lo que se les avecina, desean adelantar su retiro. ¡Y a fe que rejuvenecen nada más cambiar de tercio!. Eso lo he oído en los últimos años con reiteración, y contemplo cómo se despiden defraudados. Una reforma que quema a las personas, supone la mayor catástrofe para el futuro de la enseñanza e indudablemente para la sociedad. ¿Cómo renovar la escuela? ¿cuál es el elixir de la motivación?. ¡Enorme responsabilidad!