miércoles, 23 de enero de 2008

MICROENSAYO: REALIDAD

INTERPRETAR LA REALIDAD

Por: Dr. José Manuel Castro Cavero. Profesor en el Instituto Superior de Teología de las Islas Canarias (ISTIC-Sede Las Palmas).

Publicado el día 14 de octubre de 2004 en el suplemento CULTURAS (nº 817) de La Provincia/Diario de Las Palmas, p. V/45.



“Herido de realidad y en busca de realidad” (P. Celan)


La realidad lo abarca todo, de ella todos formamos parte, los seres vivos y las cosas, las esencias abiertas y las cerradas; constituye un conjunto armonioso y caótico, poliédrico y del que cabe entresacar interpretaciones de sentido o de nihilidad. La realidad la define el filósofo alemán H. Blumenberg, como la experiencia de la soledad y el silencio aterrador del cosmos. Los animales viven en la realidad instintivamente, en cambio los humanos somos realidad, eso quiere decir que la habitamos culturalmente y, más aún, nos es imposible separarnos de ella; por eso la interpretamos (la realidad se puede leer como las páginas de un libro) y buscamos su transformación; la realidad nos inquieta y la transcendemos aceptando el riesgo interpretativo y experiencial de explorar más allá. Vista así la realidad es un todo complejo, que nos supera y pone a prueba nuestras capacidades intelectivas y sentientes. La realidad, entonces, viene a ser totalidad, y en consecuencia, el razonar supone hacerse cargo de ella.

Existe la realidad como existe la Naturaleza y la Historia. Aquella da lugar a la exploración científica y ésta hace posible la narración, los relatos, las historias...Precisamente la tarea de contar historias remite a un horizonte cosmovisivo, o en otras palabras, donde se plantea el sentido, el proceso en el que las preguntas son más que las respuestas. De ahí, entonces que cada historia narrada se transmute en memoria tras luchar contra el olvido, creación del recuerdo, aprendizaje... origen de la Historia.

Por esto entiendo la urgencia y necesidad de plantear en las actuales circunstancias esta preocupación encaminada a interpretar nuevamente la realidad, con la meta de hacernos cargo más efectivamente de ella. De tal manera, que no seamos arrastrados por la corriente vertiginosa de sucesos enloquecedores, sino que abramos nuevos cauces de significado y orientación. La realidad es digna de ser interpretada y así lo exige, para entresacar todas sus posibilidades, que también son nuestras (de cada generación, de cada época, de cada persona). El efecto contrario es el síndrome de indiferencia o adormecimiento, el aceptar resignada y anticipadamente una derrota que sólo es imaginaria. Por esto, que el arte de interpretar la realidad, en el que se nos va la vida, precise de recursos, unos mejorables, otros novedosos.

Los virus, por ejemplo, fueron desconocidos por nuestros antepasados, hasta que la tecnociencia aportó nuevas posibilidades y capacidades de combatirlos, evitando de este modo un gran número de muertes. Nos ayudamos de este ejemplo para afirmar que la falta de recursos de interpretación, cuando se desconocen o, peor todavía, si se ignoran deliberadamente, paralizan el proceso de reflexión sobre la realidad y por lo tanto de conocer sus misterios. De seguir este proceder nos conformaremos con repetir vanamente lo entregado por generaciones anteriores. Consiguientemente estaremos manifestando nuestra incapacidad para crear nuevas utopías y esperanzas, significados actualizados. ¿Tendremos que esperar al futuro para lamentar imperdonablemente el abandono o pérdida de algunas creaciones culturales heredadas? Afortunadamente hemos tomado conciencia del deterioro ocasionado a la naturaleza, a manos de una sociedad que desprecia sus núcleos de civilización formulados como valores religiosos y éticos. Esta libertad responsable intergeneracional alcanza más dimensiones de la realidad que lo meramente ecológico. También nos alcanza en cuanto a la experiencia, la cultura y la historia. Salir de la caverna es posible, pero no está de nuestra mano salir solos; de la caverna y sus sombras se sale porque existen los otros, las cosas y el mundo (este es el fundamento de la razón de alteridad, si seguimos la filosofía de Levinas o Zubiri).

Una interpretación de la realidad hecha memoria milenaria se da en la experiencia religiosa. Múltiple como muestra la historia, sustancial como estudia la antropología, nuclear y estructural como entiende la fenomenología, con entidad propia como explica la psicología y configuradora de las sociedades como se desprende de las aportaciones de la sociología. Las religiones no se reducen a este complejo de ciencias diferentes, todavía precisa de otros saberes complementarios como la filología, la etnología, la filosofía, la teología, etc... Todo este entramado de saberes se precisan para desentrañar la vieja realidad que amaneció el 11 de septiembre sobre Manhattan, o nuestro 11 de marzo sobre Madrid. Mucho se ha escrito desde entonces, pero a mi entender superficializando excesivamente por lo que respecta a las dimensiones religiosas del suceso y sus consecuencias (guerra de civilizaciones, enfrentamiento del Islam contra el judeocristianismo, raíces religiosas de la violencia y del atraso de los pueblos...). No son de extrañar estas opiniones desafinadas, porque ni la escuela ni la universidad se ocupan de ejercer la ciudadanía multicultural, es decir de estudiar con rigor un hecho socio-cultural como el religioso; o, ¿en las facultades de Periodismo, Historia, Filología, Filosofía, Ciencias Políticas, Sociología, Psicología ... se estudia y dedica un solo crédito a capacitarse en una introducción al cristianismo, o al fenómeno religioso en general?. Indudablemente se opinará, pero arrastrando un sesgo torcido, el de interpretar sin recursos propios o con escaso fundamento y fidelidad al original. Si como sostiene un reconocido estudioso del fenómeno religioso, E. Trías, en el futuro la religión aparecerá con más fuerza, no es tarde para enderezar rutinas y rellenar vacíos.

La última obra del filósofo francés A. Glucksmann, donde analiza los atentados del 11-S: Dostoievski en Manhattan (ver Http://www.laffont.fr/) se hace eco del terrorismo nihilista, y la lucha contra esta barbarie comienza en el interior (conciencia) de cada persona. Este terrorismo nihilista es la desembocadura de los pueblos que no viven en un estado de derecho. No lo causa la miseria, porque miseria siempre ha habido y ricos también, y si la causa de este terrorismo nihilista fuese la miseria hace mucho que no habría ricos. El terrorismo nihilista es una tentación universal, de los estados, caso de Rusia en Chechenia, o de “organizaciones no gubernamentales” como ETA o ben Laden. El nihilismo dice, “todo está permitido”. Mañana, dicen, será otra cosa, pero hoy hay que destruir, matar, arrasar, sembrar el terror, para imponer en el futuro nuestros criterios. En el futuro, como recuerda F. Savater, con facilidad se olvida a las víctimas, y los terroristas impondrán la limpieza y el reconocimiento (borrón) de sus biografías a cualquier sociedad que por vivir tranquila se vende a cualquier acuerdo, acepta casi todo, firma sobre cualquier papel y se presta a desfigurar la realidad y banalizarla.

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