miércoles, 6 de febrero de 2008

MICROENSAYO: ABORTO

CRÍTICA DE LA RAZÓN ABORTISTA (I)

(Publicado en el Canarias7 el domingo 16 de junio de 1995)

Todavía el aborto levanta revuelo, a favor o en contra, como una pócima que nos despierta de cierta atonía existencial. Pese a todo, aunque entre los unos y los otros se esconden firmes defensores intemperamentales dispuestos a reducirlo todo a su única postura, las polémicas con el aborto de por medio se manifiestan como una necesaria toma de conciencia personal y social. Lo invencible llegará el mismo día en que ya nadie diga nada, cuando sobre este problema nos manifestemos rehenes de la indiferencia.

Aprovecho el debate social de las últimas semanas para hilvanar mi crítica de la razón abortista. No pretendo convencer a nadie sino provocar, criticar cualquier asomo de reducir la dignidad humana en mis propios planteamientos y desenmascarar del mismo modo los supuestos conceptuales de quienes como yo o colectivamente mantienen posturas ajenas a las mías. Sobre todo, pretendo escuchar y aprender de las personas que sufren la práctica del aborto o defienden la vida con absoluto respeto humano en todos los casos.

Trato de llevar adelante un ejercicio intelectual que consiste en ordenar mis ideas así como atender a las que exponen los demás. No tengo más afán que esa imaginación poética de verme en el camino, peregrino de la vida, conversando con quien conmigo quiera caminar. Este privilegio de escribir para lectores anónimos a veces me constriñe, quizá sea un falso pudor porque me desnude conceptualmente; yo diría que me veo en ocasiones como Alonso Quijano velando ideas y actitudes en lugar de armas, no para armarme caballero puesto que en esto de deshacer entuertos no se deben los honores ni privilegios... Para mí razonar es un viaje de aventura y de búsqueda por el interior de uno mismo, en compañía de los demás y de todo lo que nos rodea. Razonar, es mi caso, se establece con el arte de la comunicación, de conversar y escuchar, de hacer uso de la palabra y de los sentidos en función de matrona, tanto para que mis ideas den luz a los que conmigo van como para que los pensamientos de los otros acompañen mi proceso de reflexión. Con esta declaración que deseo mantener imborrable en mi conciencia me aventuro a publicar lo que reflexiono, sobre lo humano y lo divino.

A este viaje comunicativo no pueden llevarse las cartas marcadas. Mis cartas quiero que se vean diáfanamente en este juego crítico mediante el cual trato de reflexionar sobre el aborto. En mi opción fundamental considero la vida humana como un compromiso absoluto. Desde esta opción he ido descubriendo una consecuencia irrebatible, que si actuamos en defensa de la diversidad de otras vidas no hay posibilidad de vida alguna. En mi caso, y no soy el único, el aborto va ligado a una cosmovisión ecológica y pacifista, a una actitud de contemplación activa. No se trata de acciones heróicas, de pensamientos para sabios; todo es tan sencillo como dar crédito a lo que vemos y sentimos. Al alcance de todas las personas está el distinguir lo maravilloso de lo injusto y no permanecer indiferentes, alienados.

Quiero adelantarme a quienes me acusen de que en mi reflexión triunfa la razón sentimental sobre la razón instrumental. Si por ésta última se entiende el tener en cuenta las aportaciones de las ciencias bio-médicas, confieso que es insoslayable el adecuado conocimiento de los saberes tecnocientíficos sobre la vida humana, para emitir un juicio razonable sobre el aborto. Ahora bien, no puedo estar de acuerdo con que las conclusiones realizadas por la biología, la medicina, o la química, sean presentadas como determinantes en cuestiones de humanidad. La razón abortista no es más razón porque se acompañe de investigaciones sobre la constitución de la corteza cerebral del feto, el corazón o los pulmones, sobre la inviabilidad fuera del seno materno o cuantos estudios oportunos que se deseen realizar.

Como los estados, nuestros estados sociales y de derecho dejan tirados a los más débiles, a los sin techo, a los parados, una mujer embarazada y en precario se agarra al aborto como solución. En este momento a las Iglesias, a las gentes y grupos de buena voluntad, les corresponde la responsabilidad de la suplencia, es decir, concienciar y poner medios a disposición de la acogida, la compañía, el desarrollo integral y la promoción humana, el trabajo ... de todas las mujeres embarazadas que pasan por situaciones de abandono. La razón abortista me temo que confunde solidaridad, compasión, sensibilidad, crítica social, progresismo, derecho de las mujeres, nada menos que con lo contrario, porque de hecho se agarra ansiosamente al conservadurismo, al aquí y ahora, sin permitir un rayo de esperanza y cambio en el futuro abierto de las personas, del nasciturus, de la madre y de las sociedades. La razón abortista se pone del lado de los pesimismos más irredentos: ¡no hay nada que hacer! ¡no hay solución! A mí me parece que la razón abortista deja los males sociales tal cual existen, y en estas condiciones es una razón que produce derrota en lugar de cambio.








CRÍTICA DE LA RAZÓN ABORTISTA ( y II)
(Publicado en el Canarias7 el 23, domingo de julio de 1995)


En este juego de comunicación con la razón abortista, entran en liza múltiples interrogantes. ¿Y si quien toma la palabra o la escritura en defensa de una opción opuesta sus argumentos quedan condenados por falta de objetividad?, ¿se puede ser neutral o aséptico en cuestiones radicales de la vida con el mismo rigor de asepsia que un quirófano?; ¿yo, que soy hombre, tengo legitimidad para alzar mi palabra sobre una decisión abortista?, o ¿exclusivamente tienen voz y voto las mujeres?; ¿qué decir de la adopción y de otras ayudas sociales?

Al grito o a la pintada que reivindica, "Nosotras parimos, nosotras decidimos", le corresponde en su misma sintonía, "Jódete Lucrecia" (mujer y madre dominicana asesinada por un grupo de intolerantes), que leí en un muro a la entrada de Madrid por la carretera de La Coruña. No son dos cosas distintas, en ambas actitudes prevalece el mismo principio de la violencia: el uso y abuso de lo propio, la vileza del "la maté porque era mía"; así se forma la demoníaca insensibilidad hacia el otro, ya sea humano, árbol o animal, la capa de ozono o la lluvia ácida.

No me parece oportuno establecer comparaciones con las torturas inquisitoriales, con los crímenes millonarios en vidas humanas de los campos de exterminio nazis o soviéticos. Quiero llegar a la médula de las actitudes, allí mismo de donde brota la fuente de la moral y de la ética. Si puede hablarse del Derecho Común a toda la Humanidad, la bienaventuranza mínima, podría ser la actitud que respetara con carácter absoluto la vida humana, hasta el extremo de considerar este valor como principio sacro-humano.

Si los humanos abrimos las puertas de nuestras justificaciones para quitar o perdonar la vida me produce el escalofrío del temor y del temblor. Temo y tiemblo si nos apoderamos de la decisión de regular quiénes deben sobrevivir y quiénes no pueden nacer. Me produce temor y temblor el que podamos encadenarnos a razones exclusivamente económicas (no habrá riqueza para repartir entre toda la población), egoístas (viviremos mejor si somos menos), temerosas (la Tierra no puede soportar las superpoblación), porque entonces ya sobramos muchos nacidos desde que rebasamos la cifra de los cinco mil millones sobre la Tierra. Temo y tiemblo si por razones biológico-racistas algún iluminado recomienda que no son útiles los nacidos con alguna discapacidad. Temo y tiemblo como humano si profanamos el sagrado derecho y deber de la vida, todas las vidas. Cada pena de muerte, cada persona torturada, los malos tratos, las guerras, los asesinatos ... son hechos actuales en los que triunfa en cada uno de ellos la cultura de la muerte sobre la cultura para la paz y la justicia.


Los humanos somos capaces de construir el bien, o al menos disponemos de capacidad para edificar un mundo sin espadas ni puñales, con tecnología de vida y no de muerte, sabiendo encauzar el odio y la venganza con instituciones de justicia. Para creyentes e increyentes, los dioses no son tan necesarios como para que los humanos golfeemos sin hacer nada.

Las disquisiciones para dilucidar en qué instante preciso aparece la vida humana o que pueda considerarse como tal, ya sea cigoto, embrión, feto o nasciturus lo que está alojado en el útero materno, no aporta solución posible al problema del aborto. Esto sí que es hablar del sexo de los ángeles. La vida humana es una vida interdependiente en mayor o menor medida siempre, durante todos los años de nuestra vida. Se dan etapas existenciales en las que la debilidad se apodera de nosotros. Si en esos instantes nos abandonan morimos irremediablemente.

La maternidad y la paternidad, el acto de amor, son hechos vivos incluso después de realizados. La posibilidad de rectificar nos define como seres racionales. Desgraciadamente también sucede lo contrario, que lo que comenzó como amor finalice como pelea. Una violación jamás puede ser ni será otra cosa que un hecho de violencia, pero, ¿se repara el mal con la razón y la práctica abortista?. La sociedad utópica puede ser aquella en la que nunca se aborte, nunca se viole, jamás se mate, no se den hechos de injusticia; permítanme, entonces, ser utópico y por lo mismo ser progresista. El comprometerse con la vida cuesta, de igual manera que inundarnos de alegría, porque hacemos lo posible para que una mujer rechazada por su embarazo comparta nuestra casa y nuestro sueldo hasta dar a luz y, más tiempo, hasta buscarse un sitio en la sociedad.

Mi razón no es abortista, y por eso mismo me descubre que en la sociedad existen injusticias contra las mujeres y los niños. Muchas mujeres tienen que solucionar su trabajo con un aborto porque de lo contrario se van a la calle, al puto paro. S eres chica rica un embarazo te desarma la vida social y la de tu familia, pero si eres chica pobre te vas de cabeza a la prostitución para darle de comer a los hijos indeseados.

La razón abortista, a mi modo de ver, disfraza algunas de las injusticias de nuestra sociedad, es una razón alienada.

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