miércoles, 6 de febrero de 2008

MICROENSAYO: ENFERMEDAD

ENFERMEDAD I


EN LAS FRONTERAS DE LA EXISTENCIA
(Publicado por el Canarias7 el domingo 12 de mayo de 1996)

No existe la enfermedad sin los enfermos, ni el sufrimiento y la muerte carecen de rostros humanos. Esta, que pudiera parecer una afirmación perogrullesca, nos aporta un sentido humanizador: el protagonismo le corresponde sin ninguna duda a la persona, a quien se le puede mirar a los ojos y por sus ojos dejarse mirar. La enfermedad o la muerte nunca son hechos impersonales, es un ser humano, único e irrepetible quien sufre, quien muere. Se puede ir más lejos; no vale con sentir este estremecimiento sólo ante los seres humanos atenazados en las garras del mal, sino ante cualquier ser vivo.

Para que estos acontecimientos pierdan toda su condición de trascendentales, por cuanto son atributos de la condición humana (E. Sábato), basta con darle importancia sólo a los detalles. Resultan entonces acontecimientos repugnantes, temerosos, de los que más vale alejarse. Sintiendo así es como nace lo morboso, tan evidente en actitudes desequilibradas de individuos y en nuestra sociedad. Las preguntas por la enfermedad y la muerte, afirman algunos, no contribuyen a la felicidad, por consiguiente es mejor negarlas, huir de ellas. Emprender esa carrera de represión permite claudicar ante el miedo a costa de imaginarse en manos de una inmortalidad artificial. El rechazo de esta reflexión es un disparate, de igual manera que obsesionarse con ella es un delirio.

En Amsterdam, durante los últimos años, se han dado acontecimientos que me llenan de satisfacción. Algunos pacientes de SIDA, con toda su juventud a las espaldas, al ver cercana la hora de su muerte han tratado de humanizarla, de morir con dignidad. Han preparado la muerte con el mimo que se prepara una fiesta auténtica. Puedo decir que estas personas se han apoderado de la muerte, hasta el extremo de elegir el color de su féretro, amarillo, rosa, violeta, verde ..., de preparar el recorrido fúnebre por los canales de la ciudad, la música que ha de acompañar su cremación. A esto yo lo tengo por pasión y valentía hasta alcanzar los límites, por audacia y coraje en el vivir que es también irse muriendo.

Ponerle nombre a la enfermedad y a la muerte es lo contrario de desterrarla del habla cotidiana, aunque sea con el camuflaje de otras expresiones: 'se ha ido', 'desapareció', 'se fue'... Pero ¿a quién puede importunar la palabra muerte y las preguntas que la acompañan?. ¿La vida es más lúcida para quien no piensa en la muerte?. ¿Qué coplas hicieron inolvidable a JORGE MANRIQUE? ¿No es uno de los temas dominantes de la poesía de BORGES ("Una/oscura maravilla nos acecha/la muerte, ese otro mar...")?. El académico J.L. SAMPEDRO, hace unos meses convaleciente de una grave enfermedad, ¿no ha descubierto que se "asomó a la frontera más decisiva para nuestra personal existencia"?; él que siempre se centró en otro abismo fronterizo, el foso entre ricos y pobres. Las preguntas sobre la enfermedad y la muerte son una tónica en la vida diaria de las escuelas, por la muerte de los abuelos, familiares, el perro o el gato, y exigen respuestas, esto escribe una maestra en Cuadernos de Pedagogía nº 241 (nov.1995) p. 43. Ella misma recuerda que uno de sus pequeños alumnos le espetó:"Ya sé bastantes cosas de los dinosaurios, ahora lo que quiero saber es por qué se muere mi abuelo".

Recuerdo la tarde que un gran amigo llegó a nuestra casa. Como era costumbre venía a comer, luego un rato de sobremesa. Aquel día vino con noticias únicas, le acababan de diagnosticar un cáncer. Silencio, lágrimas, nos agarramos de las manos. En aquel momento hablamos de la vida y de la muerte, del presente y del futuro, de la esperanza. Salió de casa con el libro de la doctora Kübler-Ross, Sobre la muerte (Barcelona 1975), no para que se preparara a morir inmediatamente, -eso ¿quién lo sabe?-, sino para que conociera paso a paso los pensamientos y sentimientos que iba a vivenciar en adelante, en su nuevo presente y futuro. Todavía hoy pienso, ¿podría haber sucedido el encuentro de otro modo?, ¿por qué tuvimos que hablar, además, de la muerte?.

Al enfermo grave o terminal, además de padecer su dolor físico, se le viene a añadir el sufrimiento existencial, la angustia, la congoja, el sentido de vacío: ¿por qué me ocurre esto a mí y no a otro?,¿por qué yo tengo que dejar de existir ahora?, ¿qué puedo esperar?. Se trata de preguntas que nos estremecen a todos, estemos enfermos o sanos, a la vez que nos dejan sin palabras, seamos sabios o ignorantes. Pero, ¿quién escucha los interrogantes profundos del paciente?, ¿quién tiene capacidad y tiempo, de entre los profesionales de la sanidad, para dedicarse a esta atención personal de los enfermos y de sus familias?. Se va haciendo lo que se puede... Mientras haya listas de espera, una atención médica primaria en general desastrosa,... ¿quién va a demandar una reforma urgente en pos de hacer más humana la atención a los enfermos?. Sólo con ver la arquitectura de nuestros hospitales es para sentirse sobrecogidos. Si a esto añadimos que los avances médicos mecanizan al paciente, lo aparatizan, el conseguir una mayor humanización en el entorno hospitalario es una tarea urgente y continuada.

De los enfermos no sólo debemos sino que podemos aprender. Gritan calladamente gritos de humanidad, son profetas que reivindican unas actitudes dadas por perdidas en la actualidad. Lo siento por Fr. Nietzsche, que no alcanzó a entender ni su enfermedad ni a los enfermos (La genealogía de la moral, Crepúsculo de los ídolos, Ecce Homo), pero interesarse por los débiles no es odiar la alegría ni alimentarse de resentimiento y sí tiene bastante de desfiguración de la realidad. Para dureza la de quienes mueren de éxito, de lujo, sin apenas saborear la ternura, la sonrisa, la gratuidad, la confianza, la mirada desinteresada, la infinitud de transparentarse como humanos, la alegría de amarse a sí mismo y darse a los demás.


ENFERMEDAD II


CUANDO NOS LLEGA LA ENFERMEDAD

(Publicado en el Canarias7 el domingo 22 de junio de 1997)

El arte de la comunicación se vuelve más arte que nunca, si por medio nos encontramos con interrogantes tan abismales como la enfermedad, el sufrimiento, el fracaso... En esos momentos únicos, las palabras, aunque se acompañen de buenas intenciones, no nos dicen nada y se nos encoge el pensamiento. Así se manifiesta más impetuoso que nunca el misterio que somos.

No todas las personas reaccionan igual, ni todas las personas sienten de modo parecido, ni todas las personas agradecen las respuestas de costumbre. Ante estas experiencias sólo vale ser únicamente humanos, a un lado y al otro de la circunstancia.

Quien enferma descubre violentamente la verdad; a veces, es un golpe que nos deja desquiciados, como perdidos en un desierto infinito, balbucientes, hundidos bajo un peso universal, de colapso cósmico y fin de la historia. Ante esta experiencia de finitud caben diferencias de peso. Se inicia una sinfonía original entre el paciente y el grupo de quienes le dejan sentir su acogida, yendo por los pasadizos de la compasión.

Una vez más chocamos con esa palabra, escándalo para unos y sublime para otros. ¿Por qué tan cargada de vergüenza?. ¿Qué historias arrastra la compasión tras de sí, para que no le permitan limpiarse de su pecado?. Pensando así, ¿podremos contar con alguna palabra libre de sospechas... si hasta en el nombre de Dios se ha matado?. Si nos falta la compasión, claro que tendremos ciencia y técnica, razones y saberes, religiones, ONG´s, soldados con cascos azules, políticas sociales, hospitales equipados con adelantos sofisticados, escuelas dotadas con medios de vanguardia, comedores para indigentes, profesionales para todo... Con la compasión por montera todo se transforma, todo se vuelve más humano, se piensa en el otro y no precisamente a la sola luz de las razones de uno mismo, cesa la relación de amo y esclavo.

Ante situaciones de sufrimiento extremo, perdonen mi osadía, no entiendo otra respuesta que la que quiero para mí: compasión, sentirme acompañado con el silencio, tal vez la palabra y siempre la presencia bien notada.

La enfermedad nos da un miedo sobrecogedor e innegable. Pensar en ella y en sus consecuencias nos paraliza, nos roba el caudal de las ilusiones y la frescura de la sonrisa. Pero, cuando es verdad, cuando ya no se trata de un pensamiento caprichoso o un mal sueño, cuando la enfermedad nos llega, entonces cambia todo, se nos caen los decorados del teatro íntimo.

Resistir a la enfermedad nos lleva más allá de ansiar la curación. Junto a la enfermedad se dan otras condiciones por mor de los tiempos que corren, por obra y gracia de la consideración que sobre la enfermedad y los enfermos dispensan las sociedades avanzadas. Cuando a alguno de nosotros nos dicen que estamos enfermos, además del calvario biológico y mental, entramos en otro calvario social, derivado del trato de los demás, en la familia, en el lugar de trabajo, en la sociedad,... en el hospital. A la angustia por la pérdida de la salud se le añaden todo tipo de soledades y culpas (tener cáncer o SIDA por no cuidarse). La pregunta por el "quién soy yo" se reponde de otra manera.

No me extraña que en estas condiciones se desempolve la eutanasia como la coartada de la felicidad, como la ruptura del círculo de la incomunicación y la dependencia. Si cada vez nos sentimos más solos ante la enfermedad y sus consecuencias, ante nosotros mismos y los demás, es humano pensar que la salida mejor es quitarte de en medio cuanto antes.

El remedio ante todo este descontrol es gritar en la conciencia los sanos y los pacientes, los compasivos y los indiferentes, los profesionales y los técnicos, los sabios y los superficiales, todos, ¡humanicémonos, seamos cada vez más humanos!. La humanización no es otra cosa que pensar y actuar con los demás, dar cabida en el mundo de uno al otro, estar radiantes de sensibilidad, de respeto, de compasión, de amor, de vida y no de muerte. ¡La humanidad nace de la relación!.

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