miércoles, 6 de febrero de 2008

MICROENSAYO: INMIGRANTES

INMIGRANTES EN TIERRA EXTRAÑA
(Publicado en el Canarias7 el domingo 15 de septiembre de 1996)

"¿Nos quitan el escaso trabajo que nos queda!" Así gritan, que no razonan, los que han nacido en este lado enriquecido del planeta, contra la presencia de los extranjeros ilegales. Es cierto que, desde el mismo momento en que los naturales de un lugar ven peligrar en un ápice su bienestar, comienzan a mirar con otros ojos a los inmigrantes; de peor manera si son pobres. Esta rivalidad es tan antigua como la humanidad misma. Contra todo parecer no es un mal incurable.

No hace falta emigrar desde muy lejos para ser forastero o extranjero, para ser un ´otro´, un bastardo, un asimilado. Basta con heredar esas diferencias, sólo perceptibles a los ojos inquisitivos de los ´guardianes de la pureza racial´, ya sea por el nacimiento, la lengua, la religión, la cultura o la piel. Son las marcas, los estigmas, de limpieza imposibles en la persona que los presenta.

La ´foraneidad´ es relativa para las sociedades de destino. Se hace más acusada, marginal o tolerada, en función de las divisas que se traigan. El extranjero con poder adquisitivo vive y pasea entre nosotros, lo hacemos uno de los nuestros aunque se resista. Al otro, pobre, sin divisas, lo vemos como un ladrón que ha entrado en nuestra heredad a robar y quitarnos algo que nos pertenece.

El odio al extranjero ya aparece en algunos textos bíblicos más antiguos; esta actitud se deduce preocupante en extremo, porque es el mismo dios Yahvé quien toma parte y ordena amar al extranjero. El motivo siempre me ha parecido sublime, inigualable, tal como se lee varias veces en el libro del Deuteronomio: acuérdate que tú, pueblo de Israel, fuiste extranjero en Egipto.

La violencia contra el extranjero es un recurso fácil, inserto en el subconsciente personal y colectivo. Ellos son los chivos expiatorios más a mano sobre los que cargar todos los males, todas las culpas, que atenazan a los naturales de una nación. Sobre los extranjeros recaen culpas de todo tipo, la falta de trabajo, la crisis de las culturas nacionales, la aparición de enfermedades desconocidas, la inseguridad ciudadana, las drogas ... ¡Qué males no se habrán cargado a las espaldas de los extranjeros!.

Hasta la hospitalidad reconocida de algunas naciones decae ante la actual presión o miedo a la invasión de inmigrantes de los países empobrecidos. En Suecia, Holanda, Francia y Alemania, lo mismo que en Estados Unidos, ya no se dan las mismas oportunidades para inmigrar. Mientras necesitaron mano de obra barata abrieron sus fronteras sin mayores limitaciones. En la actualidad, cuando se han visto invadidos con barrios de turcos, argelinos, hispanos, asiáticos o africanos, la cordialidad de la hospitalidad se ha tornado puñal de odio y rechazo.

Por los mismos motivos, no vale decir que Canarias ha sido y es tierra de emigrantes, tierra acogedora. De la noche a la mañana estas actitudes cambian como por arte de magia. Si no afianzamos la hospitalidad y la tolerancia día a día, se nos mueren como las plantas cuando se quedan sin agua. El racismo, la xenofobia, hijas de la violencia, son males humanos que crecen como las malas hierbas, a poco que no les demos importancia se apoderan de nuestra capacidad de crear humanidad. El remedio para nuestro caso es sencillo, contra la intolerancia, el racismo y la xenofobia, en contra de la violencia, mucha educación incluido el sentimiento, abundante autocrítica y ejercicio atrevido de la solidaridad. En la educación integral se levanta la base para luchar contra estos monstruos capaces de romper la convivencia pacífica en un mundo que es de todos.

Hace como una década vi con emoción una película maravillosa. Se titulaba ´La Marcha´. Venía a decir algo muy sencillo y evidente. Si no admitimos que vengan los pobres a nuestras calles, si no hacemos algo para que se puedan quedar en sus lugares de origen viviendo humanamente, vendrán por su cuenta y a la fuerza. O repartimos los bienes o los empobrecidos emprenderán una marcha imparable para llegar a nuestros países. ¿Se quedarían ustedes malviviendo a unos miles de kilómetros, mientras saben que en otra parte del mundo se vive despilfarrando?. Seguro que todos buscaríamos una patera con la que cruzar el mar que fuera, a costa de no llegar a la orilla soñada.

Falsos sueños los que se hacen de nuestro mundo los que pelean por entrar de mala manera, aun a costa de su vida o de ser devueltos a sus lugares de partida. Tiene que ser muy triste, frustrante, eso de soñar con un paraíso que luego es un infierno. Debe ser como un fuego que graba odio contra este mundo nuestro. Así me explico el poco aprecio que nos tiene a Occidente el mundo árabe, y supongo que también las mujeres cubanas que acaban prostituyéndose, las dominicanas y filipinas que sirven en las mansiones de nuestros ricos... Somos fábrica de odio. La mayoría de los habitantes de la tierra nos odia, a esta minoría vividora.

Eso sí, multiplicamos las ONG y quedan narcotizadas las conciencias. Ya les escribiré en otra ocasión sobre el ´informe Petras´. Ofrece datos que nos interesan.

Con total validez para hoy, podemos preguntarnos, ¿quién de nosotros no es extranjero?. Tener en la mente, más aún, grabada en la conciencia, nuestra ´extranjeridad´, puede evitarnos más de un problema por esa falsa seguridad en disponer de una propiedad de la tierra y el cielo, de la vida misma, del que no constan escrituras notariales en escondite mítico alguno.

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