miércoles, 6 de febrero de 2008

MICROENSAYO: CARIDAD

A VUELTAS CON LA CARIDAD
(Por JOSÉ MANUEL CASTRO CAVERO. Publicado en el Canarias7 el domingo 16 de junio de 1996)


También las palabras, o por lo menos algunas de ellas, entran en el carrusel de la moda, además de los colores, las canciones, las bebidas, los vestidos y otras indumentarias físicas o espirituales de sobra conocidas. Este imperativo de las modas nos afecta en casi todas las dimensiones de la vida, e intuyo que siempre se ha asentado sobre un intemporal poder o atracción, lo mismo en la prehistoria, que, por poner un ejemplo, en las culturas prehispánicas de América donde se prefería a los varones imberbes y bizcos. Las modas, liturgia profana del cambio por el cambio, no son tan insustanciales como a simple vista puede parecer, si tenemos en cuenta que no son ajenas a los ámbitos familiares, vitales, intelectuales, escolares...

Una palabra actualísima, por ejemplo, es solidaridad. Sobre todo porque viste muy bien a quien la pronuncia, predispone a que un discurso sea creíble, podemos decir que da pedigrí. No se trata de un vocablo recién inventado al hilo de los últimos descubrimientos y, por el cual, los académicos de la lengua se hayan visto obligados a incluirlo en el diccionario. Para las modas, ya se sabe, lo nuevo no está reñido con lo antiguo.

El ir y venir de las palabras por el curso del tiempo, según los gustos de las épocas, no tiene absolutamente nada de especial. A mí me interesa por una razón bien sencilla, porque observando el uso o la omisión de determinadas palabras en nuestra sociedad creo averiguar más nítidamente las preocupaciones y esperanzas de las gentes de nuestros días.

Lo mismo que prestamos más atención a unas palabras, a otras se la negamos. La caridad, por ejemplo, entra dentro de la actual moda aversiva. Basta con leerla, o lo que es peor, con sobreentenderla en cualquier exposición para que venga de su mano el escándalo y la polémica. ¿Qué historias se esconden detrás de esta palabra? ¿Qué motivos la hacen ser tan denostada hoy en día?.

A mi modo de ver son dos motivos los que se hallan detrás de esta repulsa. El primero, y principal, deriva del conflicto sempiterno entre lo religioso y lo secular, como un rescoldo de miradas anticlericales. Al ser un término tan vinculado a lo eclesial, sirve como antena en la que se concentra la tensión de carácter secularizador. Otro motivo, relacionado con el anterior, se funda en una equivocada praxis de la caridad por parte de las iglesias, insensibles a las primeras demandas de transformación social reclamadas por los movimientos obreros del siglo XIX.

La caridad salió derrotada de este conflicto social entre el proletariado y la burguesía. No es un final merecido y contra él me rebelo. ¿Por qué llamar caridad a lo que no es, ni se le parece? ¿Qué prejuicios esconde el rechazo?

La recuperación de la caridad no la considero una empresa perdida, simplemente vale con poder afirmar un puñado de ideas que hagan pensar, del mismo modo que nos ha inquietado a muchas personas a no dar por perdido un valor humano. Los primeros pasos, en mi opinión, deben acometer una tarea ardua, la de desbrozar de malentendidos interesados a la palabra y a su práctica.

De la caridad no se puede esperar ningún mal. De su manipulación o de una acción pervertida, con apariencia caritativa, cabe cualquier aberración. Como los entresijos de la caridad sólo los conoce quien la pone en marcha, sus frutos no sirven para dictaminar si se trata a simple vista de una acción buena o no. ¿Quién y cómo puede examinar la gratuidad de nuestros regalos, o la solidaridad de nuestro trabajo voluntario, o la amistad, o la justicia...?

La caridad que yo entiendo en consonancia con nuestra tradición milenaria, y que personalmente me cuesta practicar, es pasión imposible, un imposible subyugante, porque tiene relación con el amor. Lo cordial es el sentimiento que nos brota del corazón, y en el corazón situamos lo mejor que sabemos cada uno de nosotros mismos, solo nosotros, y a nosotros mismos no nos damos gato por liebre. Pues la caridad no tiene otro cimiento que no sea el amor, que no sea la absoluta sinceridad a través de los rincones de nuestra interioridad. Si falta la caridad de nuestra vida todo lo mejor y más excelso que podamos hacer es nada, el vacío. En la caridad nos podemos encontrar con una experiencia mística y cósmica desde los ámbitos de lo profano. ¿Acaso se puede ser feliz siendo ajeno a todos los males padecidos por los otros? ¿De qué felicidad hablan quienes para sentirse dichosos consumen, derrochan, contaminan, como desaprensivos? ¿Felicidad o alienación?

En nombre de la caridad se han cometido atrocidades, se han justificado acciones inhumanas, hemos limpiado nuestra culpa y hemos profanado a los pobres, a los enfermos, a los mendigos, a los oprimidos, a todas las víctimas de la tierra. La caridad no es el nombre de nuestras sobras y basuras puestas en las manos de los necesitados, a eso se le llama alimentar las injusticias. Justo, por esta fragilidad de la que participa junto al amor, la misericordia, la libertad, la justicia, la fraternidad, la responsabilidad, la solidaridad, me afano en desvelar su razón de ser.

Contra la solidaridad jamás tendré nada que decir. Me asaltan demasiados temores. De tanto manosearla puede quedarse desprestigiada, y al final, una palabra inservible más, muerta, como otras bellas palabras que no sé porqué sinrazones duermen el sueño de la indiferencia. La caridad, alma en pena de nuestra sociedad, molesta más, mucho más, a quienes vivimos bien sobrados que a los empobrecidos que abren sus ojos cada mañana sin poder cambiar su horizonte de miseria.

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