DROGAS I
POR UNA ALTERNATIVA RESPONSABLE ANTE LAS DROGAS (I)
(Por JOSÉ MANUEL CASTRO CAVERO. Publicado en el Canarias7 el domingo 22 de enero de 1995)
El recurso a las drogas en el mundo antiguo se inscribe, según las diversas culturas, como una ayuda o servicio posibilitante para situarse en la existencia, como el ritual que propicia el viaje hasta los confines del Tiempo original. El illud tempus del Paraíso. La búsqueda del retorno a los días en que los dioses paseaban por la Tierra, y los seres humanos gozaban de la inmortalidad. Eran los tiempos míticos de la felicidad permanente.
Los nenúfares (flor de agua) en el Norte de África y entre los mayas, entre estos también el ololiuhqui (Ipomoea violacea) que contiene alcaloides del tipo LSD, la bufotenina obtenida al presionar las glándulas epidérmicas de los sapos, con la cual los indios amazónicos consiguen alucinaciones en un estado de gran excitación, y la bebida sagrada del balché. Para algunos chamanes sudamericanos el uso de alucinógenos como el nishi, extracto de la liana Banisteriopsis caapi, el yagé o el tabaco, son los agentes que impulsan su alma para recuperar almas errantes.
Otros alucinógenos como la marihuana, el agárico mosca (Amanita muscarita), el parásito que crece en la cebada (Claviceps purpurea), eran conocidos por los escitas y otras tribus indoeuropeas para la práctica del éxtasis. Herodoto, en el siglo V a. de C., informa de la costumbre entre los escitas de reunirse en una tienda y aspirar el humo de las semillas del cáñamo (Cannabis sativa) tostadas; este uso quedó demostrado por el descubrimiento de unas semillas tostadas en una tumba altaica oriental del siglo II a. de C.
En la India védica, los sacerdotes bebían tres veces al día el jugo de una planta de las montañas llamada soma, hoy desaparecida. Con toda posibilidad, la misma droga (haoma) que bebían los guerreros del Irán prezoroástrico, con la que alcanzaban un sobresaltado estado de furia asesina. Todo parece indicar que el beleño negro (Hyoscyamus niger) fue el sustituto del soma.
No cabe duda de que este modo de entender las drogas no tiene relación alguna con los usos actuales. El modo moderno de las drogas comienza, o la vinculación entre la creación y la ebriedad, se afianza, a mi modo de ver, con el siglo XIX en el seno de determinados ambientes artísticos e intelectuales. La obra Confesiones de un Opiómano (1821) de Th. de Quincey, influye sobre poetas y escritores franceses. Entre ellos cabe nombrar a Ch. Baudelaire, con su ensayo Los paraísos artificiales, así como al Club des Haschischiens, del cual formaba parte, junto a su fundador T. Gautier, con Delacroix, Verlaine, Rimbaud, Dumas, Hugo y Balzac. El hachis y el opio, según Baudelaire constituyen una fuente de excitación positiva para la fantasía de los artistas.
En el mundo del arte y sobre todo para los movimientos vanguardistas, la experimentación o superación de lo ya conocido se había convertido en norma. El uso de las drogas daba alucinaciones que permitían sensaciones nuevas, colores, sonidos, submundos para ser narrados, pintados o poetizados. A fuerza del láudano, según dejan ver las cuentas de farmacia, seguro que crearon algunas de sus obras Goethe, Novalis, Coleridge, Byron, Wordsworth, Keats, Goya o W. Scott. En Las variedades de la experiencia religiosa (p. 291), cuenta W. James sus experiencias de intoxicación con óxido nitroso, con el fin de escribir un informe sobre el estado de consciencia; en la misma obra alude al uso de cloroformo para obtener experiencias místicas. De J. P. Sartre sabemos, por su propia palabra, que durante veinte años abusó de los estimulantes, en concreto del Corydrane; ¿para escribir sobre la libertad?
El descubrimiento de la morfina (1806), la cocaína (1860) y la heroína (1883), propiciaron la comercialización a gran escala. En su mayoría los consumidores, que mantenían una discreta reserva sobre su costumbre, pertenecían a la clase media. Al tiempo de poderlas comprar con toda libertad le sucede, a principios del siglo XX, el tiempo de la prohibición, por cierto muy vinculado a los movimientos puritanos de los EE.UU.
El recorrido por la historia y las culturas no nos aporta las soluciones. Por el conocimiento histórico podemos distinguir los falsos planteamientos propensos a la demagogia, o las autojustificaciones retóricas y narcisistas. En las drogas como en el sexo, la percepción se ve trastocada, sobre todo, cuando existe desajuste entre lo que se esperado y lo que se llegó a experimentar.
La distancia que media entre el uso de las drogas en las culturas antiguas y las actuales, me parece tan lejana como la que pudiera establecerse entre el mundo y la nada, entre el cielo y el infierno, entre la libertad y la esclavitud. No obstante, si nos acercamos a las sabidurías mítico-rituales que acompañaban el uso de los alucinógenos en las culturas antiguas, su para qué propio, quizá podamos penetrar en los motivos que arrastran hoy a tantas gentes hacia las drogas. El ansiado refugio, la protesta inconformista, el abandono de todas las ganas de vivir, o la incertidumbre de la insegura puesta en escena de la vida, experiencias todas ellas de lo difícil que es vivir conscientes de la finitud, de lo incierta y compleja que es la existencia.
Ante los estragos humanos y sociales ocasionados por las drogas no se puede ahorrar en palabras, en ideas y en compromisos. Buscar la solución interpela a toda la sociedad, a los drogodependientes, a las madres y padres que luchan contra tal infierno, a los terapeutas, jueces, cuerpos de seguridad, funcionarios de prisiones, personal sanitario, intelectuales, profesorado... Por lo tanto es un debate abierto, con muchas verdades y con más de una solución.
DROGAS II
POR UNA ALTERNATIVA RESPONSABLE ANTE LAS DROGAS (y II)
(Por JOSÉ MANUEL CASTRO CAVERO. Publicado en el Canarias7 el 25 de enero de 1995)
La alternativa legalizadora acumula cada vez más defensores. La represión cuenta con destacados detractores y con el rechazo contundente a la vista de los resultados. La prevención me temo que es la gran ignorada, por lo que escucho en los debates espontáneos de café, entre colegas o en las aulas. Quiero escuchar antes de nada a drogodependientes y terapeutas; creo que su palabra debe ser la primera en esta búsqueda. A los demás nos es difícil la neutralidad, bajo capa de inciertos intereses.
Me hace dudar la solución legalizadora, porque del mismo modo que la represión, no toma en cuenta las causas o problemas de la droga, ni le importa la persona del toxicómano. En mi opinión, legalizar sin más supone la abdicación absoluta, la derrota de toda la sociedad que no sabe que hacer ante este problema.
Quienes trabajan en proyectos de desintoxicación repiten que la droga es síntoma de una situación personal carencial. Por tanto, apelar a que las drogas han formado parte de las culturas desde siempre, no tiene sentido, al menos para las sociedades actuales. En los pueblos antiguos el consumo de raíces, hongos, cortezas de árboles, hierbas o secreciones animales, se enmarcaba dentro de su manera de explicarse el mundo, como un medio en manos de iniciados, sacerdotes, chamanes, hechiceros, curanderos o brujos.
Los drogodependencia constatable en nuestras sociedades carece de acompañamiento social, es decir, le falta cualquier atisbo de iniciación con significado propio en la explicación de la realidad o de la vida. Quiero decir con esto que, el saber tecnocientífico ha suplido la incertidumbre, las carencias explicativas de nuestros antepasados primitivos. La génesis y formación de la lluvia, la curación de la lepra o el mal de ojo, por ejemplo, no se encuentran en las alucinaciones sino en la formación, en los libros, en las escuelas. Esto no obsta para que no apreciemos y rescatemos valiosos saberes primitivos.
Traer a colación la libertad, más bien parece una pedrada lanzada desde el anonimato. Entre el querer y la necesidad, en este tema, no puede medirse la distancia. La drogodependencia no es exclusiva responsabilidad del toxicodependiente, sino que es alimentada por el estilo de vida de la sociedad. Las personas hemos entrado en los mismos mecanismos de las bolsas de valores, en el tanto vales cuanto produces. Afirma A. Escohotado, reconocido conocedor de la historia de las drogas, que al comienzo de la civilización industrial los ojos se volvieron con entusiasmo hacia las drogas porque influían sobre el ánimo, abatido por las tensiones y ferocidad laboral, económica y existencial en nombre del Progreso. Fue entonces cuando se gestó la creciente prisa con las que iba siendo preciso hacer las cosas. Las consecuencias recaían sobre la calidad de vida: proletarización de masas campesinas, desarraigo existencial, hacinamiento en suburbios de grandes ciudades, crisis de fe religiosa, crisis de la familia ...
Indudablemente estas condiciones no son las mismas a aquellas que hacen tomar sustancias psicotrópicas a los chamanes, para sus vuelos místicos. La libertad del alcohólico a las puertas de un bar, o ante una botella de licor, se encuentra tan mermada, que solamente satisface al vendedor de turno.
En palabras de los terapeutas, la legalización conlleva una derrota para la persona drogodependiente empeñada en rehabilitarse. La salida del mundo atrapante de las drogas, del infierno, afirman, no se realiza con ayuda de un infierno menor. La solución está en vivir sin drogas, sin dependencias. A mi manera de ver, este argumento no se está escuchando con toda su fuerza. Me preocupa, sospecho y esos son los intereses inconfesados, que queramos legalizar para quitarnos el problema de encima. Si legalizar es dejar a la intemperie a los más débiles y desfavorecidos de la sociedad, como esclavos y vencidos, no puedo por menos que afirmar de esa sociedad que es injusta. En la comunidad utópica será posible reducirse al principio que proclama, "cada quien que haga lo que quiera", pero más acá de la utopía, en nuestras realidades, perviven y se mantienen las desigualdades.
La libertad, como los derechos, son proyectos de vida digna, construidos desde la capacidad de razonar, desde la convicción de no infligir ningún mal a los otros y a todo lo que nos rodea. En estas condiciones no me importa decir que todo es libertad y responsabilidad, que cada cual haga lo que quiera. La situación contraria, que reclama derechos sin deberes, es construir una sociedad sin defensas ante los poderes, de la fuerza, del dinero, de la picaresca o de la manipulación. Legalizada la droga, sin más estrategias sociales, nos quedamos a la intemperie de una temeraria indefensión ante la prepotencia y el canallismo de instalados narcotraficantes. Las drogas que privan de libertad o de responsabilidad, en palabras de J. A. Marina, no pueden constituir un derecho, pues atentan contra la dignidad sin la cual sólo es posible la selva. Si quebramos la responsabilidad, no tiene ningún sentido la consideración del bien común.
La alternativa y la solución al problema humano de las drogas, con los medios que tienen a su alcance las sociedades avanzadas, pasa por una estrategia combinada de información, de prevención y de sensibilización.
DROGAS III
LAS DROGAS, PROBLEMA DE NUESTRO TIEMPO
(Por JOSÉ MANUEL CASTRO CAVERO. Publicado en el Canarias7 el domingo 21 de junio de 1998)
La droga se vive en nuestro tiempo. ´Vivirla´ significa que cada análisis, cada juicio, girará situado en el horizonte de experiencias terriblemente contrapuestas: los toxicómanos, las mafias del narcotráfico, las familias destrozadas, los organismos civiles atareados en la lucha de la prevención y desintoxicación, los tratadistas de la farmacopea, los represores de piñón fijo, los legalizadores de erudición violetera, qué adultos o qué jóvenes, los estados, la ONU, los chamanes de cualquier parte del mundo, Henri Michaux (1899-1984)...
Si las experiencias nos desbordan, ¿cómo llegar a las antesalas del consenso?. ¿Represión y clima prohibicionista sin tregua? ¿Liberalización y permisividad hasta donde el individuo y las sociedades resistan? Las drogas no nacieron como problema, ha sido la mano humana quien las ha trucado en muerte, negocio, dolor... por haberlas descontextualizado.
Cuando el rito y el misterio de las cosas, de la realidad, resultan banalizados, no deja de haber rito y misterio, no mueren (¡qué poco sospechó Nieztsche que matar a Dios era tan difícil!), sino que cubren con sus sombras y protegen otras iniciativas, otras liturgias, otras novedades; se transmutan sus significados. El artista belga Henri Michaux viajó a las profundidades de la mescalina para crear buena parte de su obra pictórica, un viaje al interior de sí mismo; Antonio Escohotado, profesor y ensayista, al finalizar su licenciatura decidió tomar drogas para ´conocer´; futbolistas, cantantes, profesionales de amplio espectro, hombres y mujeres, adolescentes perdidos con todo el mundo a cuestas...
La droga engancha taimada y sibilinamente, besando con labios de muerte, bajo el engaño de sentimientos primerizos que dan acogida, amistad, dinero, compañía, éxito, vigor, ´comer-el-mundo´, alucinar, pasarlo-bien, y otras mandangas que se escuchan como si fueran las razones y valores de más lujo.
Recuerdo que en el verano de 1995, se hizo palpable el malestar de varios países europeos por causa de la ´gestión holandesa contra las drogas´. Incluso, fue motivo de relaciones políticas calificadas de difíciles, en declaraciones del embajador francés en La Haya. Parecido malestar expresaba la ministra sueca de Justicia. Se juzgaba inconcebible, no que cada país dentro del marco de la Unión Europea tuviera derecho a su propia iniciativa contra la droga, sino que la descoordinación entre los propios estados asociados generara más problemas en cuanto a la gestión. En palabras de Laila Freivalds, por entonces ministra sueca de Justicia, su país apostó por la represión en los años ´60, después pasó a ser más liberal; al final de los años ´70 se volvió a la represión; las medidas empleadas hoy son en parte judiciales y en parte, de trato con los drogadictos. Ni que decir tiene que la represión a tontas y a locas, o la liberalización absoluta, solucionan este grave problema mundial de las drogas.
Por aquellas fechas, julio y agosto de 1995, la policía detuvo en Rotterdam a más de seiscientas personas en tres semanas. La operación ´Victor´, tal como la denominaron las autoridades, destapó lo que todos sabían: a los ´turistas de las drogas´. De todos los detenidos, ciento ocho eran extranjeros, franceses, belgas y alemanes, que viajaban desde sus países para comprar mercancía de buena calidad y más barata. No finalizó con esta acción el problema. En las zonas del trapicheo, los vecinos tomaron la justicia por su mano, dando origen a una nueva situación de violencia, hartos como estaban de ver el declive cotidiano de sus lugares de residencia.
La lucha contra los imperios de las drogas, si no son estrategias comunes de los estados, no conducen a ninguna parte, no solucionan nada. Pensar que pueda existir un mercado de drogas libre es desconocer la realidad mafiosa. La descoordinación permitirá con toda seguridad, que los narcotraficantes sean cada día más poderosos, más ricos, más violentos, y el sufrimiento de los débiles suba enteros todavía más entre esta humanidad en la que estamos y somos.
miércoles, 6 de febrero de 2008
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