miércoles, 6 de febrero de 2008

MICROENSAYO: TERESA DE CALCUTA

DE LOS DICHOS A LOS HECHOS

(Por JOSÉ MANUEL CASTRO CAVERO. Publicado en el Canarias7 el domingo 21 de septiembre de 1997)

La crítica nos es tan necesaria como el aire que respiramos. Sin ella, los humanos acusamos el golpe fatal del descerebramiento; una forma de instalarse en la vida, con la denominación de origen de la más pura irracionalidad e insensatez. Los males con la crítica nos vienen de no saber andar a su paso, de no aceptarla como compañera.

El ejercicio de la crítica tiene mucho parecido con el acto de la comunicación. Nadie dice nada si antes no se habla y se escucha a sí mismo, pero, a su vez, se necesita el concurso de los sujetos emisor y receptor. Este procedimiento es primordial. El acto crítico se articula sobre tres movimientos inseparables; uno, que realizo yo, en estado de consciencia, sobre mí y sobre lo que me rodea; otro, que me viene de las personas que se encuentran conmigo; y por último, la irrenunciable toma de decisión entre los límites de la pasividad o de la acción. Por esto, la crítica es una ayuda de cara a plantear bien la vida. Del primer movimiento, que nos hace girar y vernos sobre nosotros mismos, así como del tercero, que nos obliga a tomar decisiones, aprendemos a evaluarnos; del segundo, una vez seleccionado el aluvión de informaciones y separado el trigo de la paja, aprendemos a escuchar a nuestro alrededor.

Los problemas en torno a la crítica podrían clasificarse conforme a una secuencia triple: cuando no somos capaces de criticarnos (autocrítica), ni de acoger la dirigida hacia nosotros, ni de articular una sola palabra sobre los males o bienes que nos rodean. De ser así, embebidos por la incapacidad, no nos queda otro final que morir en vida bajo los efectos de un falso éxito, víctimas de la indiferencia, de un amorfismo que vomita tibieza. Si acostumbramos a quienes nos rodean a no pronunciar una palabra más alta que otra, es que ya antes, nosotros, nos hemos instalado en la tranquilidad inmunizadora frente al asalto de cualquier novedad. Negar la crítica, o esconderse a su acción, es como abstraerse a la imposible confrontación cotidiana con la responsabilidad.

La educación en la crítica se halla descuidada, en el exilio, creo, por motivos ideológicos. Lo cual no es nada extraño; es la consecuencia más simple de no educar -en-y-para- la responsabilidad. Si esta mentalidad acaba por apoderarse de toda la sociedad, nadie se podrá fiar de nadie; andaremos siempre con el cuchillo en la boca, mordido con los dientes, como bucaneros del asfalto y del cemento, dispuestos a dar cuchilladas por doquier, defendiéndonos de las amenazas de los violentos, de quienes eligieron el uso de la fuerza contra la razón.

Traigo esta cuestión inspirándome en Teresa de Calcuta. Como a otras muchas y buenas personas que por el mundo han sido, le han espetado de todo, con un claro afán destructor. Se oponía al aborto y a las campañas de planificación familiar, aceptó dinero del narcotráfico, le dió la mano a reconocidos tiranos, descuidaba la atención médica a los moribundos, comulgaba con los proyectos más retrógrados y fundamentalistas del catolicismo, ella misma era una monja conservadora, y... le han hecho un funeral para ricos. Todo ello, y más, dicho en editoriales y artículos de prensa, documentales, y, como no podía ser menos, por la industria del cine. Lo cierto es que, por carecer de fundamento, esta sarta de improperios jamás ha podido alcanzar la consideración de críticas.

Indudable. Tan cierto como el cielo que nos cubre, la Madre Teresa de Calcuta carecía de saberes académicos sobre energía nuclear, sobre técnicas agrícolas, sobre experimentos bioquímicos, sobre ensayos teológicos..., pero ponía un cariño inmenso, inabarcable, en atender a los más pobres, a los moribundos, a los nada-de-entre-la-nada de este mundo. Y esos ´nadies´ le dieron la razón, le llamaron MADRE, porque el amor también es una necesidad básica.

Entre predicar y dar trigo suele ahondar un abismo insalvable. Vamos, la misma incoherencia que existe entre denunciar con la escritura o la canción algunos de los grandes problemas sociales, al estilo de conocidos famosos, y más tarde, fuera del escenario y detrás de la fachada, vivir como les viene en gana. Este oficio del embaucamiento es una verdad vieja, puesta en el refranero a cuento de aquellos predicadores, que se encaramaban a los púlpitos para vomitar palabras y dirigir las conciencias. Todo sea por el bien del espectáculo, lo mismo de ayer que de hoy. Bien distinto es predicar con el ejemplo; un misterio caprichoso hasta, por lo menos, cuando llegue el día que se junte el cielo con la tierra.

A Teresa, la de Calcuta, se la pudo criticar en vida y ahora se podrá criticar su obra, su forma de dar trigo, es decir, de repartir amor a los más necesitados. Pero lo que nadie podrá hacer es exigirle haber sido lo que no decidió ser. Por su vocación, o su opción fundamental, que así se llama a las decisiones trascendentes que tomamos las personas para darle sentido a la vida, llegó a descubrir un mundo habitado por abandonados, por gentes desposeídas a quienes casi nadie quiere acudir en su ayuda.

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